1. Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo y de
una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos
los hombres, pasó por las fases de la concepción, la gestación
y el parto. Además, la maternidad de María no se limitó
exclusivamente al proceso biológico de la generación,
sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre, también
contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su
hijo.
No sólo es madre la mujer que da a luz un niño, sino también
la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy
bien decir que la misión de educar es, según el plan divino,
una prolongación natural de la procreación.
María es Theotókos, Madre de Dios, no sólo porque
engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque
lo acompañó en su crecimiento humano.
2. Se podría pensar que Jesús, al poseer en sí
mismo la plenitud de la divinidad, no tenía necesidad de educadores.
Pero el misterio de la Encarnación nos revela que el Hijo de
Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante
a la nuestra, excepto en el pecado (cf. Hb 4,15). Como acontece con
todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta
su edad adulta (cf. Lc 2,40), requirió la acción educativa
de sus padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período
de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto
a José y a María (cf. Lc 2,51). Esa dependencia nos demuestra
que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba
abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían
su misión también en virtud de la docilidad que él
manifestaba siempre.
3. Los dones especiales, con los que Dios había colmado a María,
la hacían especialmente apta para desempeñar la misión
de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día,
Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e
imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos.
Además de la presencia materna de María, Jesús
podía contar con la figura paterna de José, hombre justo
(cf. Mt 1,19), que garantizaba el necesario equilibrio de la acción
educadora. Desempeñando la función de padre, José
cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente
favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador
de la humanidad. Luego, al enseñarle el duro trabajo de carpintero,
José permitió a Jesús insertarse en el mundo del
trabajo y en la vida social.
4. Los escasos elementos que el evangelio ofrece no nos permiten conocer
y valorar completamente las modalidades de la acción pedagógica
de María con respecto a su Hijo divino. Ciertamente, ella fue,
junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y
prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la
alianza mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de
Israel, centrada en el éxodo de Egipto. De ella y de José
aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la
peregrinación anual a Jerusalén con ocasión de
la Pascua.
Contemplando los resultados, ciertamente podemos deducir que la obra
educativa de María fue muy eficaz y profunda, y que encontró
en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.
5. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan
singular, presenta algunas características particulares con respecto
al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó
solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los
dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en
el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado
exigía de María una orientación siempre positiva,
excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque
fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones
del pueblo de Israel, será él quien revele, desde el episodio
de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de
ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo
exclusivamente la voluntad del Padre. De «maestra» de su
hijo, María se convirtió así en humilde discípula
del divino Maestro, engendrado por ella.
Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayudó
a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta,
«en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2,52)
y a formarse para su misión.
María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos
los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra
hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación
profunda y eficaz de los hijos.
Su experiencia educadora constituye un punto de referencia seguro para
los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada
vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del
desarrollo integral de la persona de sus hijos, para que lleven una
vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios.