1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la
primera intervención de María en la vida pública
de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión
de su Hijo.
Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba
allí la madre de Jesús» (Jn 2,1) y, como para sugerir
que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida
por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf.
Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda
también Jesús con sus discípulos» (Jn 2,2).
Con esas palabras, san Juan parece indicar que en Caná, como
en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María
es quien introduce al Salvador.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiestan
cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita
ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga
la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos
en su dificultad.
Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen
vino» (Jn 2,3), María le expresa su preocupación
por esa situación, esperando una intervención que la resuelva.
Más precisamente, según algunos exégetas, la Madre
espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía
de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez
conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía
de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado
ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad
a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús
antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción
virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún
sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación
del agua en vino.
De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que,
cómo refiere San Juan, creerán después del milagro:
Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él
sus discípulos» (Jn 2,11). Más aún, al obtener
el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer,
¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado
mi hora» (Jn 2,4), expresa un rechazo aparente, como para probar
la fe de su madre.
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio
de su misión, parece poner en tela de juicio su relación
natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto,
en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia
entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía
no elimina el respeto y la estima; el término «mujer»,
con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción
que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt
15,28), la samaritana (cf. Jn 4,21), la adúltera (cf. Jn 8,10)
y María Magdalena (cf. Jn 20,13), en contextos que manifiestan
una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí
y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María
en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza,
exige la superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús:
«Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2,4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación
de San Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento
de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro
en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de
Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es
interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué
nos va a mí y a ti?, ¿no ha llegado ya mi hora?»
(Jn 2,4). Jesús da a entender a María que él ya
no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar
la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de
insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para
invitarlos a cumplir sus órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús,
al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo
la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les
dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el
borde» (Jn 2,7). Así, también la obediencia de los
sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: «Haced lo que él
os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos
de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso
en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre
todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo
pide.
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15,24-26)
el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también
las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora»,
junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza
de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes
en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras
del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7; Lc 11,9).