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Homilía pronunciada por Juan Pablo II
celebrada el domingo 02 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano
donde confirió la ordenación sacerdotal a 26 diáconos de la diócesis de Roma.
1. «Ha resucitado el Buen Pastor, que ha dado la vida por sus ovejas... Aleluya» (Antífona de comunión).  
La liturgia nos invita hoy a fijar la mirada en Cristo, Buen Pastor. «Agnus redemit oves», canta la Secuencia de Pascua: «El Cordero ha redimido a su grey». El hijo unigénito del Padre, el Buen Pastor de la humanidad, muerto en la cruz y resucitado al tercer día. Esta es la Buena Noticia que los apóstoles llevaron a todas las gentes, comenzando por Jerusalén, alentados por la potencia del Espíritu Santo (Cf. Lucas 24, 47-49). Este es el alegre anuncio que sigue resonando al inicio del tercer milenio. En la mirada llena de compasión de Cristo, Buen Pastor resucitado, tiene su origen en la Iglesia el don y el misterio de la vocación al ministerio pastoral.
2.
Muy queridos diáconos, que dentro de pocos seréis ordenados presbíteros, de esta misma mirada de amor ha nacido vuestra llamada al sacerdocio. Os acojo con afecto y os saludo a cada uno. Saludo al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a los miembros del consejo episcopal diocesano. Saludo a los rectores y superiores del Seminario Pontificio Romano Mayor, del Seminario Diocesano «Redemptoris Mater», del Colegio Capránica y de los Oblatos Hijos de la Virgen del Amor Divino, que han velado por vuestra formación. Saludo al cardenal Andrzej Maria Deskur y a los formadores de la Fraternidad Sacerdotal de los Hijos de la Cruz, y al mismo tiempo saludo y doy las gracias a los superiores y formadores del Instituto Pontificio de las Misiones Extranjeras.
 
Deseo expresar vivo reconocimiento a vuestras familias, a los sacerdotes que han cuidado de la formación y el crecimiento de vuestra fe y a cuantos, junto a vuestras comunidades parroquiales y realidades eclesiales de pertenencia, os han ayudado a descubrir el «don y misterio» de vuestra vocación, y a decir «sí» a la llamada del Señor.
 
3.
Vosotros os convertís en sacerdotes en una época en la que, también aquí en Roma, fuertes tendencias culturales parece que quieren hacer que se olvide a Dios, en especial entre los jóvenes y las familias. Pero, no tengáis miedo: ¡Dios estará siempre con vosotros! Con su ayuda podréis recorrer los caminos que llevan al corazón de cada hombre y a anunciarle que el Buen Pastor ha dado la vida por él y que quiere hacerle partícipe en su ministerio de amor y de salvación. Para cumplir con esta obra tan necesaria se requiere, sin embargo, que Jesús esté siempre en el centro de vuestra vida y que permanezcáis unidos íntimamente a Él con la oración, la meditación personal cotidiana, la fidelidad a la Liturgia de las Horas, y sobre todo la fervorosa celebración de la Eucaristía todos los días. Si estáis llenos de Dios, seréis auténticos apóstoles de la nueva evangelización, pues nadie da lo que no lleva en su corazón.
 
Que María, la dulce Madre del Buen Pastor, por la quien invito siempre a vivir una devoción filial, os acompañe y vele continuamente por vosotros. Amén.