La homilía pronunciada por Juan Pablo
II en la celebración eucarística del Domingo de Ramos, Jornada
Mundial de la Juventud a nivel diocesano, que llevaba por lema «Queremos
ver a Jesús». |
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04
de abril de 2004 |
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1.
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«Bendito
el Rey que viene en nombre del Señor» (Lucas 19, 38). Con estas palabras, la población de Jerusalén acogió a Jesús al entrar en la ciudad santa, aclamándolo como rey de Israel. Unos días más tarde, sin embargo, la misma muchedumbre lo rechazará con gritos hostiles: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» (Lucas 23, 21). La liturgia del Domingo de Ramos nos hace revivir estos dos momentos de la vida terrena de Cristo. Nos sumerge en esa muchedumbre tan voluble, que en pocos días pasó del entusiasmo gozoso al desprecio homicida. |
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2. |
En
el clima de alegría, obscurecido por la tristeza, que caracteriza
al Domingo de Ramos, celebramos la decimonovena Jornada Mundial de la
Juventud. Este año tiene por tema «Queremos ver a Jesús»
(Juan 12, 21), la petición que presentaron «unos griegos»
a los apóstoles (Juan 12, 20) al llegar a Jerusalén con
motivo de la fiesta de Pascua. |
Ante
la multitud confluida para escucharle, el Señor proclamó:
«Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí» (Juan 12, 32). Esta es su respuesta: todos los
que buscan al Hijo del Hombre le podrán ver, en la fiesta de Pascua,
como auténtico Cordero inmolado por la salvación del mundo. Jesús muere en la Cruz por cada uno y cada una de nosotros. La Cruz es, por tanto, el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para toda generación y para la humanidad entera. |
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3. |
Hace
veinte años, al concluir el Año Santo de la Redención,
entregué a los jóvenes la gran Cruz del Jubileo. En aquella
ocasión, les exhorté a ser fieles discípulos de Cristo,
Rey crucificado, que se nos presenta «como Aquel que libera al hombre
de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas
raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia»
(«Redemptor hominis», 12). |
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Desde
entonces la Cruz sigue atravesando numerosos países, en preparación
de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Durante sus peregrinaciones
ha recorrido los continentes: como una antorcha pasada de mano en mano,
ha sido llevada de país en país; se ha convertido en el
signo luminoso dela confianza que alienta a la jóvenes generaciones
del tercer milenio. |
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4.
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¡Queridos
jóvenes! Al celebrar el vigésimo aniversario del inicio
de esta extraordinaria aventura espiritual, dejad que os renueve la misma
consigna de entonces: «¡Os confío la Cruz de Cristo!
Llevadla al mundo como signo del amor del Señor Jesús por
la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo, muerto y resucitado,
hay salvación y redención» («Insegnamenti»,
VII, 1 [1984], 1105). |
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Ciertamente
el mensaje que comunica la Cruz no es fácil de comprender en nuestra
época, en la que el bienestar material y las comodidades son propuestos
y buscados como valores prioritarios. Pero vosotros, queridos jóvenes,
no tengáis miedo de proclamar en toda circunstancia el Evangelio
de la Cruz. ¡No tengáis miedo de ir contracorriente! |
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5. |
«Jesucristo…
se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte
de cruz. Por lo cual Dios le exaltó» (Filipenses 2, 6. 8-9).
El admirable himno de la Carta de san Pablo a los Filipenses nos acaba
de recordar que la Cruz tiene dos aspectos indisociables: es dolorosa
y gloriosa al mismo tiempo. El sufrimiento y la humillación de
la muerte de Jesús están íntimamente ligados a la
exaltación y a la gloria de la resurrección. |
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¡Queridos
hermanos y hermanas! ¡Queridos jóvenes! Que nunca desfallezca
en vosotros la conciencia de esta verdad consoladora. La pasión
y la resurrección de Cristo constituyen el centro de nuestra fe
y nuestro apoyo en las inevitables pruebas cotidianas. |
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Que
María, virgen dolorosa y testigo silenciosa del gozo de la resurrección,
nos ayude a seguir a Cristo crucificado y a descubrir en el misterio de
la Cruz el pleno sentido de la vida. |
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