Mensaje
de Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Turismo 2004 |
|
Deporte
y turismo: dos fuerzas vitales para la comprensión mutua, la cultura y el desarrollo de los países» |
|
Que se celebrará el 27 de septiembre del 2004 |
Con
motivo de la próxima Jornada Mundial del Turismo, que se celebrará
el próximo 27 de septiembre, me es grato dirigirme a todos los
que ejercen su labor en este sector de la actividad humana, para ofrecer
algunas reflexiones que destaquen los aspectos positivos del turismo.
Éste, como ya he indicado en otras ocasiones, contribuye a incrementar
la relación entre personas y pueblos, que, cuando es cordial, respetuosa
y solidaria, es como una puerta abierta a la paz y la convivencia. La Jornada Mundial del Turismo, por tanto, no sólo ofrece de nuevo la oportunidad de afirmar la aportación positiva del turismo a la construcción de un mundo más justo y pacífico, sino también de profundizar en las condiciones concretas en que se gestiona y practica. A
este respecto, la Iglesia no puede dejar de reiterar una vez más
el núcleo de su visión del hombre y de la historia. En efecto,
el principio supremo que debe regir la convivencia humana es el respeto
a la dignidad de cada uno, creado a imagen de Dios y, por tanto, hermano
de todos los demás.
2. Este año el tema de la Jornada es «Deporte y turismo: dos fuerzas vitales para la comprensión mutua, la cultura y el desarrollo de los países». Deporte y turismo hacen referencia ante todo al tiempo libre, en el que se han de fomentar actividades que ayuden al desarrollo físico y espiritual. Pero hay numerosas situaciones en que turismo y deporte se entrelazan de manera específica y se condicionan recíprocamente, como cuando el deporte se convierte precisamente en el motivo determinante para desplazarse tanto dentro del propio país, como por el extranjero. En efecto, deporte y turismo están estrechamente unidos en los grandes acontecimientos deportivos en los que participan los países de una región o de todo el mundo, como en los Juegos Olímpicos, que no han de renunciar a su alta vocación de avivar ideales de convivencia, comprensión y amistad. Pero también en muchos otros casos menos espectaculares, como en las actividades deportivas de ámbito escolar o de las asociaciones del propio barrio o localidad. En otros casos, practicar un determinado deporte es precisamente lo que motiva programar un viaje o unas vacaciones. Es, pues, un fenómeno que atañe tanto a los deportistas de élite, a sus equipos y seguidores, como a modestos clubes sociales, así come también a muchas familias, jóvenes y niños y, en fin, a cuantos hacen del ejercicio físico uno de los motivos importantes de su viaje. Al tratarse de una actividad humana que implica a tantas personas, no es de extrañar que, no obstante la nobleza de los objetivos proclamados, se produzcan también en muchos casos abusos y desviaciones. No se puede ignorar, entre otros fenómenos, el mercantilismo exacerbado, la competitividad agresiva, la violencia contra las personas y las cosas, hasta llegar incluso a la degradación del medio ambiente o la ofensa a la identidad cultural de quien acoge.
El
Apóstol san Pablo proponía a los cristianos de Corinto la
imagen del atleta para ilustrar la vida cristiana, como ejemplo de esfuerzo
y de constancia (Cf. 1 Co 9,24-25). En efecto, la práctica correcta
del deporte debe estar acompañada por la templanza y la educación
a la renuncia; con mucha frecuencia requiere también un buen espíritu
de equipo, actitudes de respecto, aprecio de las cualidades de los demás,
honestidad en el juego y humildad para reconocer las propias limitaciones.
Ciertamente,
el turismo ha dado un poderoso impulso a la práctica del deporte.
Las facilidades que ofrece, e incluso las muchas actividades que promueve
o patrocina por iniciativa propia, han incrementado de hecho el número
de quienes aprecian el deporte y lo practican en su tiempo libre. Con estas consideraciones, invito a los que están relacionados con el deporte desde el propio campo del turismo, a los deportistas y a todos los que lo practican en sus viajes, a proseguir sus esfuerzos para alcanzar estos nobles objetivos, a la vez que invoco sobre cada uno de ellos abundantes bendiciones divinas. Vaticano, 30 de mayo de 2004, Solemnidad de Pentecostés JOANNES PAULUS II |