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¿Qué
empezamos por decir cuando queremos hablar de la Navidad?... A cada uno
de nuestros radioyentes le felicitamos de corazón: -¡Feliz
cumpleaños! ¡Por muchos años! ¡Cumpleaños
feliz! Y, si quiere, con la fórmula universal: Happy birthday to
you!...
Aunque ya oigo que me responde más de uno de los que me escuchan::
-Bien, dígaselo esto al que cumple los años, a aquel chiquillo
que hace dos mil años nació en Belén. Pero, ¿a
mí?...
- Pues, sí; a cada uno se lo repito con efusión: ¡Feliz
cumpleaños a usted!...
Al felicitarnos así ese día, no hacemos otra cosa que enlazar
con la tradición más pura de la Iglesia, como lo vemos por
tantas expresiones de la Liturgia y de los escritores más antiguos.
Porque celebramos el natalicio de Jesús y el propio natalicio nuestro. |
El de Jesús, ante
todo.
El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio
total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno
de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan
la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza
y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie
en el mundo. -¡Mi niño!, grita María mientras le
estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué
bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar
así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar
a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles
que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores,
mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en
Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la
milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres
amados de Dios!...
A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños
feliz! ¡Por muchos años!
¡Por años y por siglos eternos!...
Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros,
y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?...
Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como
son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más
elocuente y precisa.
San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy
hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá
de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios,
haces renacer a todo el mundo.
Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También
nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento
de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este
nacimiento de hoy.
Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad:
-De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres
hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro
propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños
también. ¡La enhorabuena a todos!...
Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento
que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la
antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita
a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador!
No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!,
porque tienes encima tu premio.
Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón.
Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres
llamado a la vida de Dios.
Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró
la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía
cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía
los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios
de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el
rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento.
Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los
hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado
el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese
otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios.
El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado
la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido
ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño
que venía entre las alegrías navideñas, bautizado
a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María
Hofbauer...
Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo
de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas.
Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el
Bautismo, repetimos todo el hecho de Belén. Cristo nace en un
nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños
en el mismo día...
Pedro García, misionero claretiano
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