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4. ¿Qué le dice la Cruz al mundo actual?
La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación
La cruz es el símbolo del cristiano que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos. Cristo mismo nos asegura que en su cruz se abre el horizonte de la vida eterna para el hombre.
La enseñanza de la cruz conduce a la plenitud de la verdad acerca de Dios y del hombre. La cruz es para la Iglesia un signo de reconciliación y una fuente providencial de bendición. Y hoy, al igual que en el pasado, la cruz sigue estando presente en la vida del hombre.

¿Cuál es el mensaje central de la cruz del Señor?
La cruz ofrece al hombre moderno un mensaje de fe y esperanza, porque ella es el signo de nuestra reconciliación definitiva con Dios Amor. La cruz nos habla de la pasión y muerte de Jesús, pero también de su gloriosa resurrección. De esta manera, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Por eso a la cruz también se le llama árbol donde estuvo clavada la salvación del mundo.

¿Qué nos enseña Jesús por medio de su cruz?
Jesús crucificado es el supremo modelo de amor y verdadera aceptación del Plan del Padre. Cargado con nuestros pecados subió a la cruz, para que muertos al pecado, vivamos para siempre. Clavado en la cruz, el Señor nos enseña con toda claridad a responder fiel y plenamente al llamado de Dios. Y al ver la cruz descubrimos que nuestra respuesta debe ser igual: fiel en las cosas grandes y en las pequeñas, fiel al Señor en nuestra vida cotidiana.

¿Amar la cruz no es amar un instrumento homicida?
Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu hermano? ¡Por supuesto que no! Porque mi hermano no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene ese poder. ¿Cómo puede ser la cruz signo homicida, si nos cura y nos devuelve la paz? La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado.

¿Pero no es un símbolo de muerte?
Por el contrario, la cruz, en el mundo actual lleno de egoísmo y violencia, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección.
Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de ella día a día conocemos y participamos del amor misericordioso del Padre por cada hombre.

¿Nos recuerda entonces el amor de Dios?
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna», (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos, (Jn 15, 13).

La Cruz es signo de un amor sin límites
Esta verdad sobre Dios se ha revelado a través de la cruz.
¿No podía revelarse de otro modo?
Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido la cruz.
El Padre ha elegido la cruz para su Hijo, y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta al monte Calvario y en ella ha ofrecido su vida.
En la cruz está el sufrimiento, en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección de amor».
(Juan Pablo II)

¿Qué nos enseña el madero horizontal?
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y a dónde vamos: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu. El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos.

¿Y el madero vertical?
El madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos señala hacia dónde dirigir nuestra esperanza.

¿Cómo integrarlos?
Como cristianos, debemos vivir en una vida integrada, armonizando en una vida coherente la dimensión vertical de nuestra relación con Dios y la dimensión horizontal del servicio al prójimo. El amor puramente horizontal al prójimo siempre está llamado a cruzarse con el amor vertical que se eleva hacia Dios.

¿Por qué se dice que es un signo de reconciliación?
Por que fue el instrumento que el Señor utilizó para abrirnos el camino hacia el Padre. Cristo vence al pecado y a la muerte desde su propia muerte en la cruz. La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.

¿Cómo la cruz nos acerca al Señor?
San Pablo nos recuerda que «la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan», (1 Cor 1, 18). Recordemos que el centurión reconoció en Cristo crucificado al Hijo de Dios; él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria.

¿Cómo seguir al Señor por medio de la cruz?
Jesús dice: «El que no tome su cruz y me sigua, no es digno de mí», (Mt 10, 38). Nos dice eso no porque no nos ame lo suficiente, sino porque nos está conduciendo al descubrimiento de la vida y el amor auténticos. La vida que Jesús da sólo puede experimentarse mediante el amor que es entrega de sí, y ese amor siempre conlleva alguna forma de sacrificio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto», (Jn 12, 24). Esa es la manera de seguir al Señor.

¿Qué nos enseña María sobre la cruz?
Después de Jesús nadie ha experimentado como su Madre el misterio de la cruz. Ella mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Ella, que fue la primera cristiana, nos educa al mostrarnos cómo sufre intensamente con su Hijo y se une a este sacrificio con corazón de Madre.
Ella es la mujer fuerte al pie de la cruz que nos enseña cómo vivir la verdadera fortaleza ante la adversidad: cuándo más dolor hay en el corazón de María más se adhiere ella a la cruz del Señor, pero lo hace con la esperanza puesta en las promesas de Dios.
¡Qué gran lección para el mundo de hoy¡ La cruz es para María motivo de dolor y a la vez de alegría. Ella sufre como Madre todos los dolores de su Hijo, pero vive este sufrimiento en la perspectiva de la alegría por la gloriosa resurrección del Señor.
Todos los cristianos de este tiempo estamos llamados a imitar a la Madre de Jesús al pie de la cruz, siendo coherentes y fieles a Cristo en las pequeñas y grandes cruces de nuestra vida diaria y poniendo nuestra confianza en aquel madero que se alza desde la tierra hacia el cielo.
Y debemos hacerlo así porque desde esa misma cruz, Jesucristo nos ofrece a María como Madre nuestra: “De Cristo a María, y de María más plenamente al Señor Jesús”.

¿Por qué se dice que el sufrimiento nos acerca a Jesús?
La realidad del sufrimiento está desde siempre ante los ojos y, a menudo, en el cuerpo, en el alma y en el corazón de cada uno de nosotros
Fuera del área de la fe, el dolor ha constituido siempre el gran enigma de la existencia humana. Pero desde que Jesús con su pasión y muerte, redimió al mundo, se abrió una nueva perspectiva: mediante el sufrimiento se puede progresar en la entrega y alcanzar el grado más elevado del amor (ver Jn 13, 1), gracias a aquel que «nos amó y se entregó por nosotros» (Ef 5, 2).

¿Cómo se relaciona el sufrimiento con la misión de Cristo?
Como participación en el misterio de la cruz, el sufrimiento puede ahora aceptarse y vivirse como colaboración en la misión salvífica de Cristo. El Concilio Vaticano II afirmó esta convicción de la Iglesia sobre la unión especial que tienen con Cristo paciente por la salvación del mundo todos los que se encuentran atribulados u oprimidos (ver Lumen gentium, 41).
Jesús mismo al proclamar las bienaventuranzas, tuvo en cuenta todas las manifestaciones del sufrimiento humano: los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son despreciados por la sociedad o son perseguidos injustamente.

¿Cómo hacer que el dolor sea fecundo?
Otro principio fundamental de la fe cristiana es la fecundidad del sufrimiento y, por tanto, la invitación, hecha a todos los que sufren, es a unirse a la ofrenda redentora de Cristo.
El sufrimiento se convierte así ofrenda, en oblación: como aconteció y acontece en tantas almas santas. Especialmente en los que se hallan oprimidos por sufrimientos morales, que pudieran parecer absurdos, encuentran en los sufrimientos morales de Jesús el sentido de sus pruebas, y entran con Él en Getsemaní.
En Él encuentran la fuerza para aceptar el dolor con santo abandono y confiada obediencia a la voluntad del Padre. Y sienten que brota en su corazón la oración de Getsemaní: «No sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú», (Mc 14, 36).
Se identifican místicamente con el deseo de Jesús en el momento de su detención: «La copa que me ha dado el Padre ¿no la voy a beber?», (Jn 18, 11).
En Cristo encuentran también el valor para ofrecer sus dolores por la salvación de todos los hombres, pues ven en la ofrenda del Calvario la fecundidad misteriosa de todo sacrificio, según el principio enunciado por Jesús: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto», (Jn 12, 24).
También nosotros, al contemplar el mundo, descubrimos mucha miseria, con múltiples formas, antiguas y nuevas: los signos del sufrimiento se ven por doquier. Por eso hablemos de ellos tratando de descubrir mejor el plan de Dios que guía a la humanidad por un camino tan doloroso y el valor salvífico que el sufrimiento, al igual que el trabajo, tiene para la humanidad entera.

¿Qué aprendemos de la cruz del Señor?
En la cruz se manifestó a los cristianos el «evangelio del sufrimiento». Jesús reconoció en su sacrificio el camino establecido por el Padre para la redención de la humanidad, y lo recorrió. También anunció a sus discípulos que se asociarían a ese sacrificio: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará, (Jn 16, 20).
Pero esa predicación no queda aislada, no se agota en sí misma, porque se completa con el anunció de que el dolor se transformará en gozo: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16, 20).
En la perspectiva redentora, la pasión de Cristo se orienta hacia la Resurrección. Así pues, también los hombres están asociados al misterio de la cruz, para participar, con gozo, en el misterio de la Resurrección.

¿Qué les dice Jesús a los que sufren?
Jesús no duda en proclamar la bienaventuranza de los que sufren: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados...
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos», (Mt 5, 5. 10-12).
Solo se puede entender esta bienaventuranza si se admite que la vida humana no se limita al tiempo de la permanencia en la tierra, sino que se proyecta hacia el gozo perfecto y la plenitud de la vida del más allá.

¿Cómo aplicar esta enseña en los tiempos actuales?
El sufrimiento terreno, cuando se acepta con amor, es como una fruta amarga que encierra la semilla de la vida nueva, el tesoro de la gloria divina que será concedida al hombre en la eternidad.
Aunque el espectáculo de un mundo lleno de males y enfermedades de todo tipo es con frecuencia muy lastimoso, en él se esconde la esperanza de un mundo superior de caridad y de gracia. Se trata de una esperanza que se funda en la promesa de Cristo. Apoyados en ella, los que sufren unidos a Él en la fe experimentan ya en esta vida un gozo que puede parecer humanamente inexplicable. En efecto, el cielo comienza en la tierra.

¿Entonces el dolor nos acerca a Jesús?
En todos los tiempos, «a través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Cristo, una gracia especial», (Juan Pablo II, Salvifici doloris, 26).
Quien sigue a Cristo sabe que al sufrimiento va unida una gracia preciosa, un favor divino, aunque se trate de una gracia que para nosotros sigue siendo un misterio, porque se esconde bajo las apariencias de un destino doloroso.
Pero... ¿la Iglesia sabe que eso no es tan fácil?
Ciertamente, no es fácil descubrir en el sufrimiento el auténtico amor divino, que, mediante el sufrimiento aceptado, quiere elevar la vida humana al nivel del amor salvífico de Cristo. Ahora bien, la fe nos lleva a aceptar este misterio y, a pesar de todo, infunde paz y alegría en el alma de quien sufre. A veces se llega a decir, con San Pablo: «Estoy lleno de consuela y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones», (2 Co 7, 4).

¿En los que sufren encontramos a Cristo?
Quien revive el espíritu de oblación de Cristo es impulsado a imitarlo también en la ayuda a los demás que sufren. Jesús alivió los innumerables sufrimientos humanos que lo rodeaban. Asimismo, nos dio el mandamiento del amor mutuo que implica la compasión y la ayuda recíproca.
En la parábola del buen samaritano, Jesús enseña la iniciativa generosa a favor de los que sufren, y reveló su presencia en todos los que padecen necesidad y dolor, pues todo acto de caridad hacia los que sufren es hecho a Cristo mismo (ver Mt 25, 34-40): «En verdad os digo que cuando hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
Eso significa que el sufrimiento, destinado a santificar a los que sufren, también está destinado a santificar a los que proporcionan ayuda y consuelo. Estamos siempre en el centro del misterio de la cruz salvífica.

(Este especial se ha realizado tomando como fuente la Catequesis del Papa Juan Pablo II titulada “Dignidad y apostolado de los que sufren”, del 27 de abril de 1994).

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