María en el Protoevangelio
          1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de 
          la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida 
          de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la 
          Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulterior, 
          iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, 
          Madre del Redentor» (Lumen gentium, 55).
          Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda cómo 
          se fue delineando la figura de María desde los comienzos de la 
          historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Antiguo 
          Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando esos textos 
          se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nuevo Testamento.
          En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autores 
          humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia 
          Cristo, que se encarnaría en el seno de la Virgen María.
          2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre del 
          Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que Dios, después 
          de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvación. 
          El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del 
          mal: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu 
          linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas 
          tú su calcañar» (Gn 3,15).
          Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, desde 
          el siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, dejan entrever 
          la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de 
          la humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración 
          del autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió 
          en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación 
          y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran 
          generosidad también hacia quienes lo habían ofendido.
          Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singular 
          destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al hombre al ceder 
          ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, en virtud 
          del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue la aliada de 
          la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. Dios anuncia que, invirtiendo 
          esta situación, él hará de la mujer la enemiga 
          de la serpiente.
          3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto del Génesis, 
          según el original hebreo, no atribuye directamente a la mujer 
          la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De todos modos, 
          el texto da gran relieve al papel que ella desempeñará 
          en la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de 
          la serpiente.
          ¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere 
          su nombre personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por 
          Dios para reparar la caída de Eva: ella está llamada a 
          restaurar el papel y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio 
          del destino de la humanidad, colaborando mediante su misión materna 
          a la victoria divina sobre Satanás.
          4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Iglesia 
          sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangelio es María, 
          y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jesús, 
          triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Satanás.
          Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios entre la serpiente 
          y la mujer se realiza en María de dos maneras. Ella, aliada perfecta 
          de Dios y enemiga del diablo, fue librada completamente del dominio 
          de Satanás en su concepción inmaculada, cuando fue modelada 
          en la gracia por el Espíritu Santo y preservada de toda mancha 
          de pecado. Además, María, asociada a la obra salvífica 
          de su Hijo, estuvo plenamente comprometida en la lucha contra el espíritu 
          del mal.
          Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora 
          del Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para 
          proclamar su belleza espiritual y su íntima participación 
          en la obra admirable de la Redención, manifiestan la oposición 
          irreductible entre la serpiente y la nueva Eva.
          5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva 
          Eva, María, desde las páginas del Génesis se proyecta 
          sobre toda la economía de la salvación, y ven ya en ese 
          texto el vínculo que existe entre María y la Iglesia. 
          Notemos aquí con alegría que el término mujer, 
          usado en forma genérica por el texto del Génesis, impulsa 
          a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la obra de la salvación 
          especialmente a las mujeres, llamadas, según el designio divino, 
          a comprometerse en la lucha contra el espíritu del mal.
          Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducción 
          de Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza 
          superior para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras 
          aliadas de Dios en el camino de la salvación.
          Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta en múltiples 
          formas también en nuestros días: en la asiduidad de las 
          mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en 
          el servicio de la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las 
          numerosas vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educación 
          religiosa en familia...
          Todos estos signos constituyen una realización muy concreta del 
          oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión 
          universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los 
          confines visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única 
          de María es inseparable de la vocación de la humanidad 
          y, en particular, de la de toda mujer, que se ilumina con la misión 
          de María, proclamada primera aliada de Dios contra Satanás 
          y el mal.