1. La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo 
          la Asunción de María forma parte del designio divino y 
          se fundamenta en la singular participación de María en 
          la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores 
          sagrados se expresaban en este sentido.
          Algunos testimonios, en verdad apenas esbozados, se encuentran en san 
          Ambrosio, san Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán 
          de Constantinopla ( 733) pone en labios de Jesús, que se prepara 
          para llevar a su Madre al cielo, estas palabras: «Es necesario 
          que donde yo esté, estés también tú, madre 
          inseparable de tu Hijo...» (Hom. 3 in Dormitionem: PG 98, 360).
          Además, la misma tradición eclesial ve en la maternidad 
          divina la razón fundamental de la Asunción.
          Encontramos un indicio interesante de esta convicción en un relato 
          apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón. El 
          autor imagina que Cristo pregunta a Pedro y a los Apóstoles qué 
          destino merece María, y ellos le dan esta respuesta: «Señor, 
          elegiste a tu esclava, para que se convierta en tu morada inmaculada 
          (...). Por tanto, dado que, después de haber vencido a la muerte, 
          reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites 
          el cuerpo de tu madre y la lleves contigo, dichosa, al cielo» 
          (De transitu V. Mariae, 16: PG 5, 1.238). Por consiguiente, se puede 
          afirmar que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María 
          la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso.
          2. San Germán, en un texto lleno de poesía, sostiene que 
          el afecto de Jesús a su Madre exige que María se vuelva 
          a unir con su Hijo divino en el cielo: «Como un niño busca 
          y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía 
          de su hijo, así también era conveniente que tú, 
          de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras 
          a él. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este 
          Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara 
          consigo?» (Hom. 1 in Dormitionem: PG 98, 347). En otro texto, 
          el venerable autor integra el aspecto privado de la relación 
          entre Cristo y María con la dimensión salvífica 
          de la maternidad, sosteniendo que: «Era necesario que la madre 
          de la Vida compartiera la morada de la Vida» (ib.: PG 98, 348).
          3. Según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento en que 
          se funda el privilegio de la Asunción se deduce de la participación 
          de María en la obra de la redención. San Juan Damasceno 
          subraya la relación entre la participación en la Pasión 
          y el destino glorioso: «Era necesario que aquella que había 
          visto a su Hijo en la cruz y recibido en pleno corazón la espada 
          del dolor (...) contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del 
          Padre» (Hom. 2: PG 96, 741). A la luz del misterio pascual, de 
          modo particularmente claro se ve la oportunidad de que, junto con el 
          Hijo, también la Madre fuera glorificada después de la 
          muerte.
          El concilio Vaticano II, recordando en la constitución dogmática 
          sobre la Iglesia el misterio de la Asunción, atrae la atención 
          hacia el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente 
          porque fue «preservada libre de toda mancha de pecado original» 
          (Lumen gentium, 59), María no podía permanecer como los 
          demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. 
          La ausencia del pecado original y la santidad, perfecta ya desde el 
          primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios 
          la plena glorificación de su alma y de su cuerpo.
          4. Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible 
          comprender el plan de la Providencia divina con respecto a la humanidad: 
          después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera 
          criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando 
          la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección 
          de los cuerpos.
          En la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad 
          divina de promover a la mujer.
          Como había sucedido en el origen del género humano y de 
          la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal 
          escatológico no debía revelarse en una persona, sino en 
          una pareja. Por eso, en la gloria celestial, al lado de Cristo resucitado 
          hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva 
          Eva, primicias de la resurrección general de los cuerpos de toda 
          la humanidad.
          Ciertamente, la condición escatológica de Cristo y la 
          de María no se han de poner en el mismo nivel. María, 
          nueva Eva, recibió de Cristo, nuevo Adán, la plenitud 
          de gracia y de gloria celestial, habiendo sido resucitada mediante el 
          Espíritu Santo por el poder soberano del Hijo.
          5. Estas reflexiones, aunque sean breves, nos permiten poner de relieve 
          que la Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad 
          del cuerpo humano.
          Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad 
          moderna somete frecuentemente, en particular, el cuerpo femenino, el 
          misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la 
          dignidad de todo cuerpo humano, llamado por el Señor a transformarse 
          en instrumento de santidad y a participar en su gloria.
          María entró en la gloria, porque acogió al Hijo 
          de Dios en su seno virginal y en su corazón. Contemplándola, 
          el cristiano aprende a descubrir el valor de su cuerpo y a custodiarlo 
          como templo de Dios, en espera de la resurrección.
          La Asunción, privilegio concedido a la Madre de Dios, representa 
          así un inmenso valor para la vida y el destino de la humanidad.