1. En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que 
          «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con 
          todos los santos, conviene también que veneren la memoria "ante 
          todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo 
          nuestro Dios y Señor"» (n. 52). La constitución 
          conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando 
          así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María 
          está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros 
          siglos.
          En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título 
          de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de 
          los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, 
          corresponde a cuanto se dice en los evangelios: «¿No es 
          éste (...) el hijo de María?», se preguntan los 
          habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos 
          (6,3).«¿No se llama su madre María?», es la 
          pregunta que refiere san Mateo (13,55).
          2. A los ojos de los discípulos, congregados después de 
          la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere 
          todo su significado. María es para ellos una persona única 
          en su género: recibió la gracia singular de engendrar 
          al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, 
          y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva 
          maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio 
          de él, con relación a toda la Iglesia.
          Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús 
          es un título de honor y veneración, y lo seguirá 
          siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, 
          con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede 
          referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer 
          que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza 
          humana. Su función materna afecta también al nacimiento 
          y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa 
          María en la vida de Jesús, descubren todos los días 
          su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual. 
          
          3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal 
          de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, 
          ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María 
          sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento 
          del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde 
          al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo 
          los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena 
          de Cristo resucitado. En última instancia, María está 
          en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción 
          virginal por obra del Espíritu Santo.
          Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa 
          de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron 
          entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, 
          hijo de José según la ley, por una intervención 
          extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente 
          de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno. 
          
          Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, 
          pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación 
          de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de 
          que Jesús tiene como padre a Dios mismo. 
          La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, 
          nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, 
          verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, 
          la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. 
          María es la única virgen que es también madre. 
          La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en 
          la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a 
          llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran 
          su maternidad.
          Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana 
          la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor 
          ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima 
          en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, 
          que encuentra en María su inspiración y su modelo, una 
          riqueza espiritual inconmensurable. 
          4. La afirmación: «Jesús nació de María, 
          la Virgen», implica ya que en este acontecimiento se halla presente 
          un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión 
          más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. 
          A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente 
          unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, 
          ella es Madre del Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (...), 
          Dios verdadero de Dios verdadero».
          El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula 
          equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), 
          se atribuyó explícitamente a María sólo 
          después de una reflexión que duró alrededor de 
          dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan 
          a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
          Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción 
          del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión 
          de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró 
          virginalmente según la naturaleza humana y educó con su 
          amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, 
          que vino para transformar el destino de la humanidad. 
          5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María 
          (Sub tuum praesidium..., «Bajo tu amparo...») contiene la 
          invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título 
          no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de 
          una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a 
          Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios 
          y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
          El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad 
          divina, atribuyendo oficialmente a María el título de 
          Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, 
          verdadero Dios y verdadero hombre.
          Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo 
          de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, 
          Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad 
          de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. 
          Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad 
          popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.