Uniéndose en el Santuario Mariano a la celebración del 
          aniversario de las apariciones de la Virgen y a la fiesta de Nuestra 
          Señora, el presidente del Consejo Pontificio para la Justicia 
          y la Paz se hizo portavoz del «mensaje de conversión y 
          esperanza» de Fátima en la homilía que pronunció 
          durante la solemne Eucaristía. 
          El 13 de mayo de 1917 tuvo lugar la primera aparición de la Virgen 
          (se prolongaron hasta octubre) en Cova de Iría a los tres pastorcillos 
          Lucía, Francisco y Jacinta. Los dos últimos fueron beatificados 
          por Juan Pablo II el 13 de mayo de 2000 durante su peregrinación 
          a Fátima. 
          Desde Roma, en la audiencia general del miércoles siguiente, 
          el Papa recordaba que «desde Fátima se difunde por todo 
          el mundo un mensaje de conversión y de esperanza» que, 
          «precisamente a partir de las experiencias vividas, invita a los 
          fieles a rezar asiduamente por la paz en el mundo y a hacer penitencia 
          para abrir los corazones a la conversión». 
          «Este es el Evangelio genuino de Cristo, que vuelve a ser planteado 
          a nuestra generación que tanto ha sido probada por los acontecimientos 
          pasados –proseguía entonces el Santo Padre--. El llamamiento 
          que nos ha hecho llegar Dios a través de la Virgen Santa conserva 
          intacta todavía hoy toda su actualidad». 
          El cardenal Martino quiso volver a proponer estas palabras del Papa, 
          reconociendo que «muchas veces nos ocurre que estamos sin esperanza», 
          «incapaces de dar una dirección segura al camino de nuestra 
          existencia», «llenos de cosas pero con el corazón 
          vacío», «agobiados por los acontecimientos» 
          y «pobres por la incapacidad de darles un significado». 
          
          Es una «crisis de esperanza que nos hace caminar (...) errantes» 
          --añadió--, «una crisis por lo tanto espiritual 
          y cultural que se explica por el hecho de que hemos pretendido poder 
          valérnoslas sin Dios: dramática ilusión, porque 
          sin Dios el camino de nuestra existencia se transforma de una peregrinación 
          hacia el Fin supremo en un vagabundeo a la oscuridad». 
          «No tenemos alternativa, más que la de volver a Dios, convirtiendo 
          nuestro corazón –reconoció el purpurado--. Nosotros 
          le hemos abandonado, pero Dios ha estado siempre presente, y nos espera 
          con paciencia y amor». 
          «Nos dirigiremos entonces a la Virgen de Fátima --propuso--, 
          invocándola para que nos ayude a encontrar el sentido vivo de 
          la presencia de su Hijo Jesucristo, el sentido vivo de la presencia 
          de Dios, única y verdadera fuente de esperanza», pues «sólo 
          en Él encontraremos las razones de nuestra salvación personal 
          y colectiva». 
          En el «momento supremo de la Pasión», desde la cruz, 
          Jesús hace de su Madre, María, la madre de todos los creyentes 
          en Él, recordó el cardenal Martino. 
          «El último acto de Jesús, antes de morir, es el 
          de fundar una comunidad de amor en las personas de la Madre y del discípulo 
          amado», de forma que «de la Cruz nace la Comunidad, la Iglesia», 
          explicó. 
          Y «en aquel nacimiento eclesial encontramos a María, la 
          Madre», y en su presencia en el momento del surgimiento del pueblo 
          de Dios «hallamos la huella, teológica y espiritual, de 
          su ser perennemente, ayer como hoy, nuestra esperanza, la esperanza 
          de la Iglesia, la esperanza del mundo», constató.
          También ante «un mundo que ha perdido los valores del amor», 
          «que desprecia la vida humana hasta destruirla antes de que haya 
          visto la luz», «que se manifiesta en el desinterés 
          por el hermano, en el egoísmo, en la injusticia, en la violencia 
          y en la guerra», «nos dirigiremos a la Virgen de Fátima 
          para que eduque nuestros corazones en la esperanza y nuestras manos 
          en gestos de caridad», exhortó el cardenal Martino en su 
          homilía. 
          «María es la Madre que nos da la esperanza, que nos conduce 
          a la fuente de la esperanza que es Dios mismo», y favorecidos 
          por la «materna solicitud de la Virgen, debemos convertirnos también 
          nosotros en testigos de esperanza para nuestros hermanos», subrayó 
          el purpurado. 
          Y es que, en su opinión, «la esperanza y el amor deben 
          ser nuestro programa de vida». 
          «De la Virgen de Fátima aprenderemos a vivir el tiempo 
          presente como hay que vivirlo, como tiempo para amar a Dios y a nuestros 
          hermanos», y la «Virgen será para nosotros como el 
          viático diario de la esperanza», concluyó. 
        
          7.4.2 El padre Jesús Castellano Cervera. Un teólogo 
          del Vaticano aclara el motivo de las apariciones marianas ROMA, jueves, 
          20 mayo 2004 (ZENIT.org).- 
        -¿Qué significado tienen las «apariciones» 
          en el proyecto de salvación de la fe cristiana? Por un lado las 
          apariciones auténticas tienen como significado teológico 
          la presencia viva de Cristo en su Iglesia. En el caso de María, 
          también su particular presencia junto a Cristo como Virgen Asunta 
          al cielo. 
          Las «apariciones» de María pueden ser un medio para 
          confirmar en la fe de la Iglesia, para asegurar su presencia y protección 
          materna, particularmente en ciertos momentos de la historia en los que 
          hay necesidad de reforzar la fe y la esperanza. 
          A menudo algunas apariciones de María o la invención de 
          una imagen suya milagrosa tienen un significado eclesiológico 
          en cuanto fundamentan con un hecho sobrenatural la certeza de la presencia 
          de María en una Iglesia particular que nace, para favorecer la 
          reconciliación entre las personas, como en el caso de la Virgen 
          de Guadalupe. 
        --¿Qué hace la Iglesia para verificar la autenticidad 
          de las apariciones? La Iglesia ante todo está convencida de que 
          Dios puede manifestarse a su pueblo en cualquier circunstancia, como 
          hizo en las teofanías del Antiguo Testamento y en las apariciones 
          de Jesús Resucitado. Lo puede hacer también la Virgen. 
          Pero busca obtener la certeza de esta presencia ante toda la posible 
          mistificación subjetiva, engaños y credulidades que pueden 
          guiar a muchos videntes o que se dicen videntes. 
          Entonces ante los casos que se presentan, y siempre con el deseo de 
          orientar a los fieles en la verdad, busca investigar ante todo la veracidad 
          de los hechos excluyendo toda posible mistificación o error. 
          Después se propone verificar que en los hechos y en las personas 
          no haya contraindicaciones que podrían ser opuestas a la fe, 
          la moral o la vida cristiana. 
          Busca además comprobar la verdad también de los mensajes 
          que se proponen y los frutos que se obtienen. 
          Lo hace con pausa, con seriedad... Por eso a veces pasan años 
          y años sin un pronunciamiento oficial de la Iglesia, invitando 
          a todos mientras tanto a seguir las normas de la fe y los principios 
          de una sana teología y espiritualidad mariana. 
        --¿Ha habido apariciones recientemente? ¿Dónde? 
          ¿Hasta qué punto dignas de consideración? La lista 
          de presuntas revelaciones y apariciones de la Virgen María es 
          tan amplia que no es posible dar aquí una relación. Los 
          obispos tienen el deber de informar a la Santa Sede cuando un fenómeno 
          traspasa los límites de la diócesis. 
          Entonces la Santa Sede, a través del Dicasterio competente --que 
          es la Congregación para la Doctrina de la Fe--, ofrece los instrumentos 
          adecuados y sugiere el modo de proceder en tales casos, teniendo siempre 
          presente el bien de los fieles y la sustancia de la fe y de la vida 
          de la Iglesia, su práctica litúrgica y el valor de la 
          piedad popular, fundada sobre las verdades de la Biblia, la Tradición 
          y el Magisterio de la Iglesia acerca de María, tan rico en textos 
          como los del Concilio Vaticano II, de Pablo VI, la «Marialis Cultus», 
          de cuya publicación se cumple este año el 30º aniversario, 
          y la espléndida Encíclica de Juan Pablo II «Redemptoris 
          mater». 
        --Hace 150 años de la aparición en Lourdes. ¿Qué 
          ha representado para la historia de fe y que enseñanza podemos 
          sacar? El mensaje de Lourdes me parece evidente. María confirma 
          con su aparición la verdad del dogma de la Inmaculada Concepción, 
          como Ella misma se presenta a Santa Bernardette. 
          A partir de este momento, la «mariofanía» de Lourdes, 
          recocida también por la Iglesia como una verdadera aparición, 
          se convierte en un punto de referencia de la devoción mariana. 
          Lourdes es un lugar carismático donde la Virgen María, 
          a través de la pastoral ordinaria de la Iglesia (Palabra, Sacramentos, 
          Eucaristía, devoción popular), actúa misteriosamente 
          también como fuente de la gracia y de la luz para la salud física, 
          psíquica y espiritual de aquellos que se acercan con fe, esperanza 
          y amor. 
        7.4.3. Padre Marcelo Rivas Sánchez
          Gracias mamá por enseñarme el Santo Rosario
          La experiencia que guardo de mi hogar se centra en mis padres, quienes 
          me enseñaron lo que soy y de forma muy especial esa manera de 
          piedad popular, que hoy, delante de Dios, les agradezco. Mi madre, que 
          Dios tenga en su gloria, siempre al caer la tarde tomaba entre sus manos 
          la camándula e iniciaba sin detenerse, sin distraerse el rezo 
          del santo rosario. Cuando empezó a notar que a mi me llamaba 
          la atención al verla en este acto me enseñó. Lo 
          mismo está haciendo el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica 
          “El Rosario de la Virgen María” donde nos enseña 
          con palabras llenas de mágica fe que hace despertar y recordar 
          aquellos momentos cuando aprendimos a rezar el Santo Rosario. El mismo, 
          sin ninguna intimidación, describe el rezo del santo rosario 
          como su oración predilecta; plegaria maravillosa. Maravillosa 
          en su sencillez y en su profundidad. 
          Cuando se es sacerdote y se ha enfrentado muchas batallas el Santo Rosario 
          ha sido parte del armamento utilizado para ganar esas cruzadas que, 
          de seguro, sin la magia de su meditación hubiese sido imposible. 
          Me imagino, en este momento, a Santa Mónica de rodillas rezando 
          el santo rosario por la conversión de su hijo Agustín. 
          Oración que no es otra cosa que la meditación, en decenas, 
          de los misterios vividos por María frente a su Hijo Salvador. 
          Meditación que hace brotar, como agradecimiento, el Magnificad 
          por la obra de la Encarnación en su seno virginal para hacer 
          posible la salvación de todos. 
          Para este octubre del 2003 termina la dedicación “al Año 
          del Rosario” que con fuerza y alegría se nos presentó 
          para renovarnos espiritualmente, para superar a crisis de la no oración 
          en un mundo supra sensual, hedonista y materialista excesivo - recurrente. 
          Llegamos al final de una hermosa celebración donde la imagen 
          de la Virgen, en cualquier advocación, ha presidido en el porche, 
          sala, patio y enramadas de las casas el rezo del santo rosario. 
          Lo maravilloso del Santo Rosario no es la repetición de las avemarías 
          o de la mesa bien dispuesta que sostiene la imagen de la Virgen, sino 
          la experiencia de la unidad que se conforma en todo el mundo entero 
          para alabar y bendecir a Dios por los motivos inmensos de su amor para 
          con la humanidad. Es como decía al principio, una rica costumbre 
          de la piedad popular donde la Santísima Virgen se hace universal 
          y de mucha importancia para los creyentes. Es la magnífica oportunidad 
          que tenemos todos de experimentar en la fe ese amor a Dios en María 
          Santísima, a la cual le había confiado esa misión 
          salvífica. Es el santo rosario el lugar para reconocer a María 
          Virgen como la Madre del Señor Jesús y en el plano de 
          la gracia madre de todos nosotros. Es la vez el reconocimiento de que 
          Dios a través de Ella interviene a favor nuestro. 
          Es una oración connatural a la gente sencilla que reconoce la 
          elegancia de Dios para hacer nacer a Jesús, el Salvador del vientre 
          inmaculado de la Virgen María. Por eso en cada decena de las 
          avemarías se medita el sufrimiento, la lucha y el triunfo en 
          ese caminar de Jesús por el camino de la vida, donde la Virgen 
          estuvo presente y actuante para ayudarle a cumplir su misión 
          salvadora. Mi madre solía decir, que el rosario era tan sagrado 
          porque en el estaba todo Jesús y toda María. Por eso, 
          hoy en día, se hace necesario, que el santo rosario ocupe ese 
          espacio tan vivo en los hogares. 
          Rezar el santo rosario es, pues, un acto de fe y de piedad donde se 
          meditan misterios de Gozo (Lunes y Sábados); de Luz (Los jueves); 
          de Dolor (Martes y Viernes) y los de Gloria (Miércoles y Domingos). 
          Es un acto de fe y piedad que se inicia con el ofrecimiento, la señal 
          de la cruz, la recitación del Credo, el acto de contrición, 
          el Gloria, las Tres Avemarías, de nuevo el Gloria, el anuncio 
          del Primer misterio, Padre Nuestro, las Diez Avemarías, al final 
          el Gloria, hacer las dos Jaculatorias, seguir con el otro misterio y 
          al concluir al quinto misterio se rezan las letanías y la Salve, 
          para concluir con la Señal de la Cruz. 
          Es, sencillamente, una usanza tan rica que nos llena profundamente en 
          cualquier lugar y circunstancia. Rezarlo es salvarse como también 
          su propagación. Es decirle a todos, con el corazón hinchado 
          de agradecimiento, ¡que Dios se ha fijado en su pueblo y no con 
          una simple mirada, sino con todo el corazón para darnos su amor! 
          
          Viene a ser, el santo rosario, un recordar con valor de cristiano los 
          pasos dados por Dios para salvarnos y donde la Virgen se involucró 
          cerrando la puerta y descubriendo al Dios que desde lo escondido nos 
          oye y nos habla. Por eso María pudo responder con el Fiat. Por 
          eso da el paso y no se arrepiente, pues en cada paso estaba Dios presente. 
          Por eso el Rosario guarda tanta salvación, tanto amor y se hace 
          parte que identifica al buen cristiano que teniendo a Dios en su corazón 
          deja un rinconcito para la Madre, la madre de Dios y de todos. 
          Además, el recorrido espiritual del rosario nos va mostrando 
          a Jesús, quien cargado del amor del Padre y en profunda oración, 
          para que de El aprendamos aquellos afanes de la vida, aquellas peripecias 
          de sus caminatas y la mano sanadora que hace que el enfermo se llene 
          de fe y de esperanza. Ese rostro de Cristo, a través del Rosario, 
          se va dibujando en el alma de quien lo rece para que ante ese dibujo 
          divino se transforme en una persona nueva con capacidad de aceptar la 
          pruebas de la vida.
          Desearía dejar aquí, como recuerdo sublime de mi querida 
          madre, una de las jaculatorias que más me impactó desde 
          niño: “Oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados, 
          líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las 
          almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia” 
          
          Padre Marcelo 
          Su amigo y hermano en Cristo Jesús
          para siempre le bendice
        7.4.4 El Rosario, «herramienta 
          fabulosa de creatividad»
        La profesora universitaria Cristina González 
          Alba, casada y con seis hijos, propone hacer del Rosario una práctica 
          diaria que cada día sea distinta. Cristina González Alba, 
          sevillana de nacimiento, enseña Derecho, Historia y Ética 
          en la Universidad de Río Grande, en Tierra del Fuego. Es autora 
          de «Orar con el Rosario»
        --¿En qué sentido descubrir el 
          Rosario le cambió la vida? 
        --Cristina González: Quizás la 
          frase cambiar la vida sea un poco literaria y no del todo exacta. Lo 
          que sí me hizo fue madurar y crecer en vida interior. Yo recé 
          el Rosario desde que era pequeña, en casa. Luego seguí 
          haciéndolo como una buena rutina en mi vida. 
        Y un día descubrí la cantidad de 
          posibilidades y recursos espirituales que me brindaba el Rosario. Por 
          ejemplo, podía elegir un misterio del Rosario de cada día 
          y convertirlo en el tema de mi oración. 
        Podía quedarme con una frase o salmo de 
          la misa, o de la liturgia, y añadirlo después del rezo 
          de cada misterio. Repetirlo después de cada misterio me sirvió 
          para descubrir que lo podía seguir repitiendo durante el día 
          en distintos momentos para tener presencia de Dios. 
        Leer o recordar el pasaje del evangelio de cada 
          misterio me llevaba a sacar de ahí un punto de lucha para ese 
          día. Entonces el Rosario se convirtió en el hilo conductor 
          de mi vida interior y eso me hizo crecer espiritualmente y algo así 
          como "ordenar" mi vida de oración. 
        El Rosario dejó de ser para mí 
          una práctica aislada para convertirse en la fuente de donde sacaba 
          propósitos, jaculatorias etc. que iban alimentando mi vida religiosa 
          
        --Usted diferencia «orar» de «rezar» 
          con el Rosario. ¿En qué se distinguen? 
        --Cristina González: Mas que diferenciar 
          podríamos decir que el concepto orar abarca el concepto rezar. 
          Se empieza rezando y se termina orando. A veces a la oración 
          no le tomamos gusto porque no sabemos dar ese paso. 
        Rezar es la manifestación exterior de 
          orar. Orar es la actitud interior del que reza. El que ora reza, pero 
          no todo el que reza ora. Y el Rosario es una oración que por 
          ser repetitiva y rutinaria se puede prestar a la distracción 
          y a la repetición sin reflexión. A sólo rezar y 
          olvidarnos de orar. 
        Hay quien considera que una oración espontánea 
          vale más, y no se da cuenta de que el Rosario es una herramienta 
          fabulosa de creatividad y de espontaneidad. Hasta el mejor de los artistas 
          necesita materia para crear. 
        Sólo Dios crea de la nada. Un escultor 
          puede hacer una figura de cerámica maravillosa pero ha necesitado 
          antes del barro. El Rosario sería ese barro. Lo podemos rezar 
          nada más, y dejarlo como está, o podemos, a través 
          del arte de la oración, convertirlo en una figura de artesanía 
          espiritual. 
        --Propone «hacer de la rutina del Rosario 
          de cada día una novedad». ¿Cómo se consigue 
          este aspecto novedoso? 
        --Cristina González: Se consigue poniendo 
          cada día todo nuestro arte en convertir esa masa de barro en 
          una figura de artesanía, cada día distinta y cada día 
          con un esfuerzo nuevo y una creatividad renovada. 
        El hombre está hecho a imagen y semejanza 
          de Dios. Dios crea, el hombre es creativo, porque se parece a Dios. 
          Dios crea por amor y el hombre alcanzará la plenitud de su creatividad 
          en la medida en que lo haga por amor. El amor a Dios nos lleva a levantarnos 
          cada día con el ánimo de hacer nuevas todas las cosas, 
          para El. 
        --¿Con qué método ha conseguido 
          que el Rosario forme parte de la vida diaria de mucha gente? 
        --Cristina González: Esa fue mi primera 
          idea. Yo descubrí que el Rosario podía ser el hilo conductor 
          de mi vida interior y lo vivía dentro del ámbito de mi 
          vida de oración, como algo entre Dios y yo. 
        Cuando el papa Juan Pablo II escribió 
          la carta apostólica «El Rosario de la Virgen María» 
          me di cuenta de que no sólo era un arma para mí, sino 
          que el Papa quería transmitir la idea de un Rosario meditado, 
          orado, que alimentara nuestra vida. 
        Esa frase final de la carta donde dice «que 
          este llamamiento mío no sea en balde» me animó a 
          empezar a transmitir este modo que yo estaba descubriendo de rezar. 
          Y el modo de presentarlo fue haciendo grupos de oración donde 
          no íbamos a rezar el Rosario sino a trabajar el Rosario. 
        Probé distintos métodos y se logró 
          que muchas personas se aficionaran al Rosario. Unas veces alguien traía 
          preparada una meditación, otras veces traían la jaculatoria 
          final, otras, ahí mismo, de la lectura de los misterios «inventábamos» 
          una pequeña oración y la llevábamos escrita a casa 
          para repetirla durante el día. Hay quien la ponía en la 
          nevera pegada con un imán hasta el siguiente rosario o la pegaba 
          en la agenda, como un compromiso personal. 
        --¿Cómo se puede presentar de manera 
          atractiva el rosario a los jóvenes y a los no tan jóvenes? 
          
        --Cristina González: Con imaginación 
          hay muchas maneras de presentar el Rosario de un modo atractivo. Los 
          jóvenes son creativos. Hay que darles el barro y decirles que 
          les está permitido crear. 
        Hay que respetar la estructura básica, 
          que es lo que distingue el Rosario de otra oración, o sea, los 
          cinco misterios, las diez avemarías, el padrenuestro y el Gloria, 
          y a partir de ahí podemos hacer lo que nos de la gana, y cada 
          día una cosa. 
        Los grupos de jóvenes pueden sacar del 
          Rosario el eslogan o lema de la semana, del colegio o la parroquia, 
          pueden rezar un misterio en grupo y meditar el pasaje de ese Evangelio, 
          sacar una conclusión y ofrecerla a otras personas o hacer un 
          cartel en el aula de catequesis. 
        Todo resulta. Incluso plantear un curso de formación 
          siguiendo la temática del Rosario, que sería como evangelizar 
          de la mano de la Virgen. 
        También es bueno que sea cada vez uno 
          o dos los que preparen el rezo del Rosario del día o la semana, 
          y dirijan el rezo incluyendo, por ejemplo, alguna pregunta para pensar 
          después de cada misterio o algún comentario breve y personal. 
          
        Es importante que entiendan que el hombre es 
          cuerpo y alma, y que esa repetición de oraciones, contra la que 
          ellos a veces se rebelan, no se debe obviar, porque nos ayuda a relajarnos, 
          a estar serenos y mejor predispuestos a una buena meditación. 
          
        Es algo que hay que ayudarles a experimentar, 
          buscando lugares aptos y tranquilos, que inviten al recogimiento, como 
          un jardín o un paseo por la playa. Los jóvenes necesitan 
          experimentar lo religioso, tocarlo con sus manos. 
        En una ocasión un grupo de mujeres nos 
          preparamos para la Semana Santa reuniéndonos todos los martes 
          de cuaresma a rezar y meditar los misterios dolorosos, y terminábamos 
          con un examen de conciencia o reflexión que preparaba cada una 
          durante la semana. Como nos dio tan buen fruto lo repetimos los domingos 
          de Pascua, con los misterios gloriosos, y después, en el Adviento, 
          meditando los gozosos.