| Tomada 
        de la Enciclopedia Católica. comLa doctrina de la Iglesia Católica relativa del Espíritu 
        Santo forma parte integral de su enseñanza sobre el misterio de 
        la Santísima Trinidad, de la cual San Agustín (De Trin., 
        II,iii,5) habla tímidamente diciendo: "En ningún otro 
        tema, es tan peligroso el error, o tan difícil avanzar, o tan apreciable 
        el fruto de un estudio cuidadoso". Los puntos esenciales del dogma, 
        pueden ser resumidos en las siguientes afirmaciones:
 El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima 
        Trinidad.
 Como Persona, aunque realmente distinta del Padre y del Hijo, es también 
        consustancial a Ellos; siendo Dios como Ellos, El posee con Ellos una 
        y misma Naturaleza o Esencia Divina.
 Procede, no por generación, sino por espiración del Padre 
        y del Hijo juntos, como de un único principio.
 
 II. PRINCIPALES ERRORES
 Todas las teorías y sectas Cristianas que han contradicho o impugnado, 
        de cualquier manera, el dogma de la Trinidad, como consecuencia lógica, 
        han amenazado asimismo la fe en el Espíritu Santo. Entre estas, 
        la historia menciona lo siguiente:
 En los siglos 2 y 3, las Monarquías dinámicas o modalisticas 
        (ciertos Ebionitas, es decir, Teodoto de Bizantinia, Pablo de Samosata, 
        Praxeas, Noecio Sabelio y generalmente los Patripasianos) sostenían 
        que la misma Persona Divina, de acuerdo a Sus diferentes operaciones o 
        manifestaciones, eran llamados el Padre, el Hijo y el Espíritu 
        Santo; por lo tanto, reconocían a la Trinidad como puramente nominal.
 En el siglo IV y después, los Arianos y su numerosa prole herética: 
        Anómanos o Eunomiamo, Semi-Arianos, Acacios, etc, mientras admitían 
        la triple personalidad, negaron la consustancialidad. El Arianismo había 
        sido precedido por la teoría de la Subordinación de algunos 
        escritores ante-Nicenea, quienes afirmaron una diferencia y gradación 
        entre las Personas Divinas y aquellos que surgieron desde sus relaciones 
        en el punto de origen.
 En el siglo XVI, lo Socianos explícitamente rechazaron, en nombre 
        de la razón, junto con todos los misterios de la Cristiandad, la 
        doctrina de las Tres Persona en Un solo Dios.
 Conviene también mencionar las enseñanzas de Juan Filopon 
        (siglo VI), Roscellinus, Gilbert de la Porrée, Joaquin de Flora 
        (siglos XI y XII) y de los tiempos modernos, Gunther, quien al negar u 
        obscurecer la doctrina de la unidad numérica de la Divina Naturaleza, 
        su realidad estableció una deidad triple.
 Además de estos sistemas y escritores, que entraron en conflicto 
        con la verdadera doctrina sobre el Espíritu Santo solo indirectamente 
        como resultado lógico de sus previos errores, hubieron otros que 
        atacaron directamente la verdad:
 Hacia la mitad del siglo IV, Macedonio, Obispo de Constantinopla y, después 
        de él un número de Semi-Arianos, mientras aparentemente 
        admitían la Divinidad de la Palabra, negaron aquella del Espíritu 
        Santo. Lo colocaron entre los espíritus, ministros inferiores de 
        Dios pero superior a los ángeles. Fueron, bajo el nombre de Pneumatomaquianos, 
        condenados por el Concilio de Constantinopla el año 381 (Mansi, 
        III, col. 560).
 Desde los tiempos de Potius, los cismáticos Griegos, mantuvieron 
        que el Espíritu Santo verdadero Dios como el Padre y el Hijo, procede 
        sólo del Primero.
 
 III. LA TERCERA PERSONA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
 El encabezado implica dos verdades:
 El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta como tal, del 
        Padre y el Hijo;
 El es Dios y consustancial con el Padre y el Hijo.
 La primera afirmación es directamente opuesta al Monarquianismo 
        y al Socinianismo; el segundo, al Subodinacionismo, a diferentes formas 
        de Arianismo y en particular al Macedonismo. Los mismos argumentos sacados 
        de las Escrituras y la Tradición, pueden ser usados generalmente 
        para probar cualquiera de las afirmaciones. Sin embargo, nosotros mostraremos 
        las pruebas de las dos verdades juntas, pero primero daremos atención 
        especial a algunos pasajes que demuestran más explícitamente 
        la distinción de personalidad.
 En el Nuevo Testamento, la palabra espíritu y, tal vez, incluso 
        la expresión espíritu de Dios, significan en ciertos momentos, 
        el alma o el hombre mismo, en tanto está bajo la influencia de 
        Dios y aspira a cosas superiores; especialmente en San Pablo, más 
        frecuentemente significa Dios actuando en el hombre; aunque son usados, 
        además, para designar no solo una acción de Dios en general, 
        sino a la Persona Divina, Quien no es ni el Padre, ni el Hijo. Aquel que 
        es llamado junto con el Padre, o el Hijo, o con ambos, sin el contexto 
        que los mencionan como identificados. Aquí serán dadas alguna 
        instancias. Hemos leído en Juan XIV, 16, 17: "Y Yo rogaré 
        al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre 
        con ustedes, el Espíritu de Verdad a quien el mundo no puede recibir"...; 
        y en Juan xv, 26: "Cuando venga el Protector que les enviaré 
        desde el Padre, por ser El el Espíritu de verdad que procede del 
        Padre dará testimonio de mi". San Pedro dirige su primera 
        epístola, i, 1-2, "a los que viven fuera de su patria...a 
        los elegidos, a quienes Dios Padre conoció de antemano y santificó 
        por el Espíritu para acoger la fe y ser purificados por la sangre 
        de Cristo Jesús". El Espíritu de consolación 
        y de verdad está también claramente distinguido en Juan 
        XVI, 7, 13-15 del Hijo por Quien El recibe todo lo que El enseña 
        a los Apóstoles, y del Padre, quien no tiene nada que el Hijo no 
        posea. Ambos lo envían cuando El desciende dentro de nuestras almas 
        (Juan XIV, 23)
 Muchos otros textos declaran bastante claramente que el Espíritu 
        Santo es una Persona, una Persona distinta del Padre y del Hijo, y sin 
        embargo, Un solo Dios con Ellos. En varios lugares, San Pablo habla de 
        El como si estuviera hablando de Dios. En los Hechos, xxviii, 25, le dice 
        a los Judíos: "Es muy acertado lo que dijo el Espíritu 
        Santo cuando hablaba a sus padres por boca del profeta Isaías"; 
        ahora bien, la profecía contenida en los dos versos siguientes 
        son tomados de Isaías, vi, 9,10 donde es puesta en boca del "Rey 
        el Señor de multitudes". En otros lugares usa las palabras 
        Dios y Espíritu Santo como simple y llanamente sinónimos. 
        De este modo, escribe I Cor., iii,16: "¿No saben que son el 
        templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?" 
        y en vi, 19: "¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu 
        Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes?" San 
        Pedro afirma la misma identidad cuando el habla con Ananías (Hechos 
        v, 3-4): "¿Porqué haz dejado que Satan se apodere de 
        tu corazón?...¿porqué intentas engañar al 
        Espíritu Santo?...No haz mentido a los hombres, sino a Dios." 
        Los escritores sagrados atribuyen al Espíritu Santo todos las obras 
        características del poder Divino. Es en Su nombre, como en el nombre 
        del Padre y del Hijo, que es dado el bautismo (Mateo xxviii, 19). Es a 
        través de Su operación que es realizado el mayor de los 
        misterios Divinos, la Encarnación del Verbo, (Mateo., i, 18-20; 
        Lucas, i,35). Es también en Su nombre y por Su poder que los pecados 
        son perdonados y las almas santificadas: "Reciban el Espíritu 
        Santo: a quienes descarguen de su pecados, serán liberados, y a 
        quienes se los retengan, les serán retenidos" (Juan, xx, 22, 
        23); "Pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados 
        por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu 
        de nuestro Dios" (I Cor., vi, 11); " la cual no quedará 
        frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo y por El el 
        amor de Dios se va derramando en nuestros corazones" (Rom., v, 5). 
        El es, esencialmente el Espíritu de verdad (Juan, XIV, 16-17; xv, 
        26). Aquel cuya obra es el fortalecimiento de la fé (Hechos, vi,5), 
        que confiere sabiduría (Hechos, vi,3), quien dá testimonio 
        de Cristo, lo cual equivale a decir que confirma Sus enseñanzas 
        internamente (Juan xv, 26) y que enseña a los Apóstoles 
        el completo significado de ellas (Juan, xiv,26; xvi,13). Con estos Apóstoles, 
        se quedará por siempre (Juan, xiv,16) Habiendo descendido a ellos 
        en Pentecostés, los guiará en su trabajo (Hechos, viii, 
        29), El inspirará a los nuevos profetas (Hechos xi, 28; xiii,9) 
        como El inspiró a los profetas del Antiguo Testamento (Hechos, 
        vii,51). El es la fuente de gracias y dones (I Cor., xii, 3-11). En particular, 
        El otorga don de lenguas (Hechos, ii, 4;x, 44-47). Y en tanto habita en 
        nuestros cuerpos, los santifica (I. Cor., iii, 16; vi, 19) y de esta manera 
        los levantará nuevamente, un día, de la muerte (Rom., viii,11). 
        Aunque El obra especialmente en el alma, dándole nueva vida (Rom., 
        viii, 14-16; II. Cor., i,22; v,5; Gal., iv,6). El es el Espíritu 
        de Dios, y, al mismo tiempo, el Espíritu de Cristo (Rom., viii,9); 
        porque El está en Dios, El conoce los misterios mas profundos de 
        Dios (I.Cor., ii, 10-11) y posee todo el conocimiento. San Pablo termina 
        su segunda carta a los Corintios (xiii,13) con su fórmula de bendición 
        la cual, puede ser llamada una bendición de la Trinidad: "La 
        gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunicación 
        del Espíritu Santo estén con todos Uds." – ct. 
        Tixeront "Histoire des dogmes", Paris, 1905, I, 80,89,90,100,101.
 Al corrobrar y explicar el testimonio de las Escrituras, la Tradición 
        nos arroja más luz sobre los distintos estadios de la evolución 
        de esta doctrina. Tan tempranamente como el siglo primero, San Clemente 
        de Roma nos dá una importante enseñanza sobre el Espíritu 
        Santo. En su "Epístola a los Corintios" no solo nos dice 
        que el Espíritu ha inspirado y guiado a los santos escritores (viii,1; 
        xiv,2); que El es la voz de Jesucristo hablándonos en en Antiguo 
        Testamento (xxii, 1 sig.) aunque contiene mucho más, dos declaraciones 
        muy explícitas sobre la Trinidad. En el Capítulo xlvi, 6 
        (Funk "Patres apostolici" 2da edicación, I, 158) se lee 
        que "tenemos un solo Dios, un Cristo un solo Espíritu de gracia 
        dentro de nosotros, una misma vocación en Cristo". En lviii,2 
        (Funk, ibid., 172) el autor realiza una solemne afirmación; zo 
        gar ho theos, kai zo ho kyrios Iesous Christos kai to pneuma to hagion, 
        he te pistis kai he elpis ton eklekton, oti . . . la cual podemos comparar 
        con la tan frecuente fórmula encontrada en el Antiguo Testamento: 
        zo kyrios. De esto se sigue que, bajo la perspectiva de Clements, kyrios 
        era igualmente aplicable a ho theos (el Padre) ho kyrios Iesous Christos, 
        y to pneuma to hagion; y tenemos tres testigos con igual autoridad, cuya 
        Trinidad, más aún, es el fundamento de la fe y esperanza 
        Cristiana. La misma doctrina es declarada, en los siglos segundo y tercero, 
        de labios de los mártires y encontrada en los escritos de los Padres. 
        En sus tormentos San Policarpo (V 155) profesó su fe en las Tres 
        Adorables Personas ("Martyrium sancti Polycarpi" en Funk op.cit., 
        I, 330): "Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu santísimo 
        y bien amado Hijo, Cristo Jesús... alabado en todo, bendecido, 
        y glorificado por el eterno y celestial pontífice Cristo Jesús, 
        tu bien amado Hijo, por Quien a Ti con El y con el Espíritu Santo, 
        gloria hoy y por siempre". San Apipodius habló aún 
        más distintivamente (Ruinart, "Acta mart." Edición 
        Verona, p. 65): "Confieso que Cristo es Dios con el Padre y el Espíritu 
        Santo, y está escrito que deberé devolver mi alma a El Quien 
        es mi Creador y Redentor". Entre los apologetas, Atenágoras 
        menciona el Espíritu Santo junto con, y en un mismo plano, como 
        el Padre y el Hijo. "Quien no quedaría impactado" dice 
        (Legat. Pro christian., n10, en P.G., vi,col. 909)" de oir llamarnos 
        ateos, nosotros quienes hemos confesado Dios el Padre, Dios el Hijo y 
        el Espíritu Santo, y conservándolos en un poder y sin embargo 
        distintos en orden [...ten en te henosei dynamin, hai ten en te taxei 
        diairesin]?". Teófilo de Antioquía, quien a veces da 
        al Espíritu Santo, como al Hijo, el nombre de Sabiduría 
        (sophia) menciona además (Ad Autol., lib. I, n. 7, y II, n. 18, 
        en P.G., VI, col. 1035, 1081) los tres términos theos, logos, sophia 
        y, siendo el primero en usar la palabra característica que luego 
        fuera adoptada, dice expresamente (ibid., II, 15) que ellas forman una 
        trinidad (trias). Ireneo consideró al Espíritu Santo como 
        eterno (Adv. Hær., V, xii, n. 2, in P.G., VII, 1153), existiendo 
        en Dios ante omnem constitutionem, y producido por el al comienzo de Sus 
        caminos (ibid., IV, xx,3). Considerado en relación al Padre, el 
        Espíritu Santo es Su Sabiduría (IV, xx,3); el Hijo y El 
        son las "dos manos" por las cuales Dios creó al hombre 
        (IV, prae., n 4; IV, xx,20; V,vi,1) Considerado en relación a la 
        Iglesia, el mismo Espíritu es verdad, gracia, una señal 
        de inmortalidad, un principio de unión con Dios; íntimamente 
        unido a la Iglesia, El dá a los sacramentos su eficacia y virtud 
        (III, xvii, 2, xxiv, 1; IV, xxxiii, 7; V, viii,1). San Hipólito, 
        aunque no habla tan claramente del Espíritu Santo como una persona 
        distinta, le supone, sin embargo, ser Dios, así como el Padre y 
        el Hijo (Contra Noët., viii, xii, in P.G., X, 816, 820). Tertuliano 
        es uno de los escritores de esta época cuya tendencia al Subordinacionismo 
        es más bien aparente, a pesar de haber sido el autor de la fórmula 
        definitiva: "Tres Personas, una Sustancia" y sin embargo, sus 
        enseñanzas sobre el Espíritu Santo son en todo sentido notables. 
        Parece haber sido el primero entre los Padres en afirmar Su Divinidad 
        de manera clara y absolutamente precisa. En su trabajo "Adversus 
        Praxean" deja largamente clara la grandeza del Consolador. El Espíritu 
        Santo, dice, es Dios (c.xiii en P.L., II, 193); de la sustancia del Padre 
        (iii,iv en P.L., II, 181-2); uno y el mismo Dios con el Padre y el Hijo 
        (ii en P.L., II, 180); procedente del Padre a través del Hijo (iv, 
        viii en P.L., II, 182, 187); quien enseña toda la verdad (ii en 
        P.L., II, 179). San Gregorio Thaumaturgus, o al menos el Ekthesis tes 
        pisteos, el cual es comúnmente atribuido a él data del período 
        entre 260 – 270, nos entrega este notable pasaje: "Uno es Dios, 
        Padre del Verbo vivo, de Sabiduría subsistente...Uno el Señor, 
        uno de uno, Dios de Dios, invisible de invisible...Uno el Espíritu 
        Santo, Quien subsiste de Dios...Trinidad Perfecta, la cual en eternidad, 
        gloria y poder, ni se divide ni se separa...Trinidad sin cambio e inmutable". 
        En el año 304, el mártir San Vicente dijo (Ruinart, op.cit., 
        325) "Creo en el Señor Jesucristo, Hijo del Padre, el Supremo, 
        uno de uno; lo reconozco a El como un Dios con el Padre y el Espíritu 
        Santo".
 Pero debemos regresar al año 360 para encontrar la doctrina sobre 
        el Espíritu Santo explicada clara y totalmente. Es San Atanasio 
        quien lo explica en sus "Cartas a Serapion" (P.G., XXVI, col. 
        525 sg). El ha sido informado que ciertos Cristianos sostenían 
        que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es una creatura. 
        Para refutar aquello, consultó las Escrituras y de ellas se formularon 
        argumentos tan sólidos como numerosos. En particular, ellas dicen 
        que el Espíritu Santo está unido al Hijo por relaciones 
        tales como aquellas que existen entre el Hijo y el Padre; que El es enviado 
        por el Hijo; que El es su portavoz y lo glorifica; que, por el contrario 
        a las creaturas, El no ha sido hecho de la nada, sino que viene de Dios; 
        que realiza obras santificadoras entre los hombres de lo cual ninguna 
        creatura es capaz; que al poseerlo, poseemos a Dios; que Dios creó 
        todo por El; que, en fin, El es inmutable, tiene los atributos de inmensidad, 
        unicidad y tiene el derecho a todos los apelativos y expresiones que son 
        usados para expresar la dignidad del Hijo. La mayoría de estas 
        conclusiones son apoyadas en textos de las Escrituras, unas pocas de ellas 
        fueron dadas más arriba. Pero el escritor otorga especial dedicación 
        en lo que se lee en Mateo., xxviii, 19: "El Señor" – 
        escribe (Ad. Serp., III, n6 en PG., XXVI 633 sg) "fundó la 
        fé de la Iglesia en la Trinidad cuando Dijo a Sus Apóstoles: 
        "Vayan por todos lados y enseñen a todas las naciones; bautizenlos 
        en el nombre del Pedre y del Hijo y del Espíritu Santo". Si 
        el Espíritu Santo fuera una creatura, Cristo no lo hubiera asociados 
        con el Padre; hubiera evitado hacer una Trinidad heterogénea, compuesta 
        de elementos discímiles. ¿ Qué es lo que Dios necesita? 
        Acaso El necesita unirse a Sí mismo con un ser de diferente naturaleza?... 
        No, la Trinidad no está compuesta por el Creador y la creatura". 
        Poco más tarde, San Basilio, Dydimus de Alejandría, San 
        Epiphanius, San Gregorio de Nizianzus, San Ambrosio y San Gregorio de 
        Niza tomaron la misma tésis ex professo, apoyándola en su 
        mayor parte con las mismas pruebas. Todos estos escritos prepararon el 
        camino del Concilio de Constantinopla el cual, en el año 381 condenó 
        a los Pneumatomaquianos y solemnemente proclamó la verdadera doctrina. 
        Estas enseñanzas forman parte del Credo de Constantinopla como 
        era llamado, donde el símbolo se refería al Espíritu 
        Santo. "Quien es también nuestro Señor y Quien dá 
        vida; Aquel procede del Padre, Quien es adorado y glorificado junto con 
        el Padre y el Hijo; Quien habló a través de los profetas. 
        ¿Fué este credo, con sus particulares palabras, aprobado 
        por el Concilio de 381?. Anteriormente esa era la opinión común 
        e incluso en tiempos recientes había sido sostenido por las autoridades 
        como Hefele, Gergenrother y Funk; otros historiados entre los que se encuentran 
        Harnack al Duchesne, son de opinión contraria; pero todos concuerdan 
        al admitir que el credo del cual estamos hablando fué recibido 
        y aprobado por el Concilio de Chalcedon, el año 451 y que, al menos 
        desde aquel tiempo, fué la fórmula oficial del Catolicismo 
        ortodojo.
 
 IV. PROCESION DEL ESPÍRITU SANTO
 No nos detendremos mucho en el significado preciso de Procesión 
        en Dios. (Ver Santísima Trinidad). Aquí será suficiente 
        observar que entendemos por esta palabra la relación de orígen 
        que existe entre una de las Personas Divinas y la otra, o entre una y 
        las otras dos como su principio de origen. El Hijo procede del Padre; 
        el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La última 
        de las verdades será especialmente tratada aquí.
 Todos los Cristianos han admitido que el Espíritu Santo procede 
        del Padre; esta verdad está expresamente dicha en Juan XV, 26. 
        Pero, los Griegos después de Photius, negaron que El procediera 
        del Hijo. Y, sin embargo, tal es manifiestamente enseñado por las 
        Sagradas Escrituras y por los Padres.
 En el Nuevo Testamento
 
 El Espíritu Santo es llamado el Espíritu de Cristo (Rom. 
        Viii,9), el Espíritu del Hijo (Gal., iv, 6), el Espíritu 
        de Jesús (Hechos, xvi, 7). Estos términos implican una relación 
        del Espíritu con el Hijo, la cual sólo puede ser una relación 
        de orígen. Esta conclusión es la mas indiscutible, dado 
        que todos admiten el argumento similar para explicar porqué el 
        Espíritu Santo es llamado el Espíritu del Padre. Es así 
        como San Agustín argumenta (En Juan., tr. Xcix, 6, 7 en P.L., XXXV, 
        1888): "Escucha al mismo Señor declarar: ‘ no eres tu 
        quien habla, sino el Espíritu de su Padre que habla en ti’. 
        Asimismo, escucha al Apóstol declarar: ‘ Dios ha enviado 
        el Espíritu de Su Hijo a vuestros corazones. ¿Puede entonces 
        haber dos espíritus, uno, el espíritu del Padre y otro el 
        espíritu del Hijo?. Ciertamente no. Así como hay un solo 
        Padre, así como hay un solo Señor o un Hijo, así 
        también hay un sólo Espíritu, Quien es, consecuentemente, 
        el Espíritu de ambos...¿ Porqué entonces rehusas 
        creer que El procede también del Hijo, siendo que El es también 
        el Espíritu del Hijo? Si El no procediese de El, Jesús, 
        cuando se aparece a Sus discípulos luego de la Resurrección, 
        pudo haberles inspirado diciendoles: ‘Reciban Uds. el Espíritu 
        Santo’. Lo que, sin dudas, significa este aliento no es sino que 
        ¿el Espíritu procede también de El?". San Atanasio 
        había argumentando exactamente del mismo modo (De Trin. Et Spir. 
        S., n19, en P.G., XXIV, 1212) y concluye : « Decimos que el Hijo 
        de Dios también es la fuente del Espíritu".
 El Espíritu Santo recibe del Hijo. De acuerdo a Juan xvi, 13-15: 
        "Y cuando venga él, el Espíritu de Verdad, los guiará 
        en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, 
        sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará 
        lo que ha de venir. El tomará de lo mío para revelárselo 
        a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene 
        el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío 
        para revelárselo a Uds.". Ahora bien, una Persona Divina puede 
        recibir de otra sólo por Procesión, relacionándose 
        al otro como a un principio. Lo que el Consolador recibirá del 
        Hijo es conocimiento immanente, el cual El manifestará luego exteriormente. 
        Pero este conocimiento immanente es la misma esencia del Espíritu 
        Santo. Este último tiene, por lo tanto, Su origen en el Hijo, el 
        Espíritu Santo procede del Hijo. "no tendrá mensaje 
        propio" dice San Agsutín (En Joan., tr. Xcix, 4 en PL., XXXV, 
        1887) "porque El no es de Sí mismo, sino que El les hablará 
        todo lo que ha escuchado. El escuchará de Aquel de quien El procede. 
        En Su caso, escuchar es saber y saber es ser. Deriva su conocimiento de 
        El por Quien El deriva Su esencia". San Cirilo de Alejandría 
        observa que las palabras: "tomará de lo mío" significa 
        "la naturaleza" la cual el Espíritu Santo tiene del Hijo, 
        así como el Hijo la tiene de Su Padre (De Trin., dialog. Vi en 
        PG., LXXV, 1011). Por otro lado, Jesús dá la siguiente razón 
        a Su afirmación : "tomará de lo mío": "Todo 
        lo que tiene el Padre es mío", Ahora, desde que el Padre tiene 
        en relación al Espíritu Santo una relación que llamamos 
        Activa Espiración, el Hijo también la tiene; y en el Espíritu 
        Santo ella existe, consecuentemente, en relación a ambos, una Pasiva 
        Espiración o Procesión.
 La misma verdad, ha sido constantemente sostenida por los Padres.
 Este hecho es indiscutible en lo que a los Padres Occidentales se refiere; 
        aunque los Griegos lo negaron por el Este. Citaremos, por lo tanto, algunos 
        testigos entre éstos últimos. El testimonio de San Atanasio 
        ha sido citado mas arriba, en efecto que "El Hijo es la fuente del 
        Espíritu" y la declaración de Cirilo de Alejandría 
        que el Espíritu Santo tiene Su "naturaleza" del Hijo. 
        Este último santo después afirma (Thesau., afirm. Xxxiv 
        en PG., LXXV, 585); "Cuando el Espíritu Santo llega a nuestros 
        corazones, nos hace semejantes a Dios, porque El procede del Padre y del 
        Hijo"; y nuevamente (Epist., xvii, Ad Nestorium, de excommunicatione 
        en PG., LXXVII, 117): "El Espíritu Santo no está desconectado 
        con el Hijo, porque El es llamado el Espíritu de Verdad, y Cristo 
        es la Verdad; de tal que El procede de El así como también 
        de Dios el Padre". San Basilio (De Spirit.S., xviii en P.G., XXXII, 
        147) no desea que nos apartemos del orden tradicional al mencionar las 
        Tres Personas Divinas porque "así como el Hijo es al Padre, 
        así es el Espíritu al Hijo, de acuerdo con el antiguo orden 
        de los nombres en la fórmula del bautismo". San Apiphanius 
        escribe (Ancor., viii, en PG., XLIII, 29, 30) que el Consolador no puede 
        considerarse como desconectado con el Padre y el Hijo, porque El es con 
        Ellos uno en sustancia y divinidad" y declara que "El es del 
        Padre y del Hijo"; aún más, agrega (op.cit.xi, en P.G., 
        XLIII, 35): "Nadie conoce el Espíritu salvo el Padre, y excepto 
        el Hijo, del cual El procede y de Quien El recibe". Finalmente, un 
        concilio sostenido en Seleucia el año 410 proclamó su fe 
        "en el Espíritu Santo Viviente, el Santo Consolador Viviente, 
        Quien procede del Padre y del Hijo" (Lamy, "Concilium Seleuciae", 
        Louvin, 1868). Sin embargo, al comparar los escritores latinos como un 
        cuerpo, con los escritores orientales, notamos una diferencia de lenguaje: 
        mientras los primeros casi unánimamente afirman que el Espíritu 
        Santo procede del Padre y del Hijo, los últimos generalmente dicen 
        que El procede del Padre a través del Hijo. En realidad, el pensamiento 
        expresado tanto por Griegos como por Latinos es uno y el mismo, sólo 
        la manera de expresarlos tiene una pequeña diferencia: la fórmula 
        griega ek tou patros dia tou ouiou expresa directamente el orden de acuerdo 
        al cual el Padre y el Hijo son el principio del Espíritu Santo, 
        e implica su igualdad como principio; la fórmula latina expresa 
        directamente esa igualdad e implica el órden. Así como el 
        Hijo mismo procede del Padre, es del Padre que El recibe, junto con todo 
        lo demás, la virtud que lo hace a El el principio del Espíritu 
        Santo. De este modo, el Padre sólo es principium obsque principio, 
        aitia anarchos prokatarktike, y, comparativamente, el Hijo es un principio 
        intermediario. El uso preciso de las dos preposiciones, ek (de) y dia 
        (a través) no implican nada más. En los siglos 13 y 14, 
        los teólogos griegos Blemmidus, Beccus, Calecas y Bessarion llamaron 
        la atención a esto, explicando que las dos partículas tienen 
        la misma significación, pero el de se ajusta mejor a la Primera 
        Persona, Quien es la fuente de las otras, y a través, a la Segunda 
        Persona, Quien viene del Padre. Mucho antes de su tiempo,. San Basilio 
        había escrito (De Spir. S., viii, 21 en P.G., LIX, 56): " 
        la expresión di ou expresa reconocimiento del principio primordial 
        [ tes prokatarktikes aitias]"; y San Crisóstomo (Hom. V en 
        Ijuan., n.2 en P.G., LIX, 56):"Si se ha dicho a través de 
        El, se ha dicho sólo para que nadie pueda imaginar que el Hijo 
        no es generado": Podemos agregar que la terminología usada 
        por los escritores orientales y occidentales, respectivamente, para expresar 
        la idea, está lejos de ser invariable. Así como Cirilo, 
        Epiphanius y otros Griegos afirman la Procesión ex utroque, así 
        también varios escritores latinos, no consideraban que partieron 
        de la enseñanza de su Iglesia al expresarse ellos mismos como Griegos. 
        Es así como Tertuliano (Contra Prax., iv, en P.L., II, 182): "Spiritum 
        non aliunde puto quam a Patre per Filium"; y San Hilario (De Trinit., 
        lib., XII, n. 57, en P.L., X, 472), dirigiéndose al Padre, protesta 
        que desea adorar, con El y al Hijo "a Su Espíritu Santo, Quien 
        viene de El a través de Su único Hijo".Y, sin embargo, 
        el mismo escritor había dicho en tono más alto (op. Cot., 
        lib. II, 29, en P.L., X, 69), "que debemos confesar al Espíritu 
        Santo viniendo del Padre y del Hijo", clara prueba que las dos fórmulas 
        fueron vistas como sustancialmente equivalentes.
 El Espíritu Santo que procede de ambos, el Padre y el Hijo, sin 
        embargo, procede de Ellos como de un principio único. Esta verdad 
        es, al menos insinuada en el pasaje de Juan, cap. Xvi, 15 (citado más 
        arriba) donde Cristo establece una conexión necesaria entre Su 
        propio compartir en todo lo que el Padre tiene y la Procesión del 
        Espíritu Santo. Por lo tanto, se sigue, sin dudas, que el Espíritu 
        Santo procede de las otras dos Personas, no en tanto Son distintas, sino 
        en tanto Su Divina perfección es numéricamente una. Por 
        lo demás, tal es la enseñanza explícita de la tradición 
        eclesiástica, la cual fué establecida concisamente por San 
        Agustín (De Trin., lib V, c.xiv, en P.L., XLII, 921): "Como 
        el Padre y el Hijo son Un solo Dios y, relativamente a la creatura, un 
        solo Creador y un Señor, así también, relativamente 
        al Espíritu Santo, Son solo un principio". Esta doctrina fué 
        definida en las siguientes palabras por el Segundo Concilio Ecuménico 
        de Lyons [Denzinger, "Enchiridion" (1908), n. 460]: "Confesamos 
        que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, 
        no como dos principios, sino como un principio, no por dos espiraciones, 
        sino por una sola espiración". La enseñanza fué 
        nuevamente planteada por el Concilio de Florencia (ibid., n. 691), y por 
        Eugenio IV en su Bula "Cantate Domino" (ibid., n. 703 sqs).
 Así también es un artículo de fe que el Espíritu 
        Santo no procede, como la Segunda Persona de la Trinidad, por medio de 
        generación. No solamente es a la Segunda Persona sola a quien las 
        Escrituras llaman Hijo, no sólo El solamente es considerado causado, 
        sino que es también llamado el único Hijo de Dios; el antiguo 
        símbolo que muestra el nombre de San Atanasio declara expresamente 
        que "el Espíritu Santo viene del Padre y del Hijo, no hecho 
        ni creado, no generado sino procedente". Dado que somos totalmente 
        incapaces de señalar de otro modo el significado del misterioso 
        modo que afecta esta relación de origen, le aplicamos el nombre 
        de espiración, significación la cual es principalmente negativa 
        y por medio de contraste, en el sentido que afirma una peculiar Procesión 
        al Espíritu Santo y exclusiva de filiación. Pero, aunque 
        distinguimos absoluta y esencialmente entre generación y espiración, 
        es una tarea muy delicada y difícil decir cuál es la diferencia. 
        Santo Tomás (I,Q. Xxvii), siguiendo a San Agustín (De. Trin., 
        XV, xxvii) encuentra una explicación y, como si fuera el epítome 
        de la doctrina en principio que, en Dios, el Hijo procede a través 
        del Intelecto y el Espíritu Santo, a través de la Voluntad. 
        El Hijo es, en lenguaje de las Escrituras, la imagen del Dios Invisible, 
        Su Palabra, Su sabiduría no creada. Dios se contempla a Sí 
        mismo y se conoce a Sí mismo desde toda la eternidad y, al conocerse 
        a Sí mismo, El forma dentro de Sí una idea sustancial de 
        Sí y éste pensamiento sustancial es Su Palabra. Ahora cada 
        acto de conocimiento es logrado por la producción en el intelecto 
        de una representación del objeto conocido; Desde aquí, entonces 
        el proceso ofrece una cierta analogía con la generación, 
        la cual es la producción por un ser vivo de un ser participante 
        de la misma naturaleza; y la analogía es mucho más sorprendente 
        cuando es asunto de este acto de conocimiento Divino, el término 
        eterno del cual es un ser sustancial, cosustancial dentro del tema conocido. 
        En relación al Espíritu Santo, de acuerdo a la doctrina 
        común de los teólogos, El procede a través de la 
        voluntad. El Espíritu Santo, como lo indica Su nombre, es Santo 
        en virtud de Su origen, Su espiración; Por lo tanto, el viene de 
        un principio santo; ahora bien, la santidad reside en la voluntad así 
        como la sabiduría está en el intelecto. Esta es también 
        la razón porque El es llamado a menudo par excellence, en los escritos 
        de los Padres, como Amor y Caridad. El Padre y el Hijo se aman desde toda 
        la eternidad con un amor perfecto e inefable; el término de este 
        amor infinito y fértil es Su Espíritu Quien es co eterno 
        y co-sustancial con Ellos. El Espíritu Santo no está en 
        deuda con la forma de Su Procesión, precisamente por esta perfecta 
        resemblanza a Su principio, en otras palabras, por Su consustancialidad; 
        dado que querer o amar un objeto no implica formalmente la producción 
        de su imagen immanente en el alma que ama, sino una tendencia, un movimiento 
        de la voluntad hacia la cosa amada para estar unido a él y disfrutarlo. 
        Así, teniendo en cuenta la debilidad de nuestro intelectos al conocer, 
        y la inadecuación de nuestras palabras para expresar los misterios 
        de la vida Divina, si pudieramos asir cómo la palabra generación, 
        liberada de todas las imperfecciones del orden material, pudiera ser aplicada 
        por analogía a la Procesión de la Palabra, veremos que el 
        término no puede, de ningún modo ser aplicado apropiadamente 
        a la Procesión del Espíritu Santo.
 
 V. LA FILIACIÓN (FILIOQUE)
 Habiendose tratado la parte que toma el Hijo en la Procesión del 
        Espíritu Santo, estamos próximos a considerar la introducción 
        de la expressión Filioque, dentro del Credo de Constantinopla. 
        El autor del agregado es desconocido, aunque la primera huella se encuentra 
        en España. El Filioque, fué sucesivamente introducido dentro 
        del Símbolo del Concilio de Toledo en el año 447, entonces, 
        en cumplimiento de una orden de otro sínodo sostenido en el mismo 
        lugar en el año 589, fué incluído en el Credo Niceno-Constantinopla. 
        Admitido también dentro del Símbolo Quicumque, comenzó 
        a aparecer en Francia en el siglo octavo. Fué cantado el año 
        767 en la capilla de Carlomagno en Gentilly, donde fué oído 
        por embajadores de Constantino Corponimnus. Los Griegos estaban impactados 
        y protestaron. Las explicaciones fueron dadas por los Latinos, y le siguieron 
        muchas discusiones. El Arzobispo de Aquileia, Paulinus, defendió 
        el agregado en el Concilio de Friuli el año 796. Fué luego 
        aceptado por el conciclio en Aachen, el año 809. Sin embargo, como 
        probó ser un obstáculo para los Griegos, el Papa Leo III, 
        lo desaprobó
 Y, aunque corcordaba enteramente con los Francos sobre la cuestión 
        de la doctrina, aconsejó omitir la nueva palabra. El mismo dió 
        origen a dos grandes planchas de plata, sobre las cuales el credo, con 
        la expresión disputada omitida, fué grabado para ser eregidas 
        en San Pedro. Su consejo fué desatendido por los Francos; y, como 
        la conducta y el cisma de Potius parecía jutificar a los occidentales 
        en no dar mas crédito a los sentimientos de los Griegos, el agregado 
        de las palabras fué aceptado por la Iglesia Romana bajo Benedicto 
        VIII (ct. Funk, "Kirchengeschichte", Paderborn, 1902, p. 243). 
        Los Griegos siempre habían acusado a los Latinos del agregado. 
        Consideraban que, bastante aparte de la cuestión doctrinal involucrada 
        en la expresión, la inserción fué hecha violando 
        el decreto del Concilio de Efeso que prohibía a cualquiera "producir, 
        escribir o componer una confesión de fe otra que la definida por 
        los Padres de Nicea". Tal razón no resistiría análisis. 
        Suponiendo la verdad del dogma (establecido mas arriba), es inadmisible 
        que la Iglesia pueda o pudiera haberse privado del derecho a mencionarlo 
        en el símbolo. Si la opinón adherida, y que posee fuertes 
        argumentos que la apoyan, considera que el desarrollo del Credo en lo 
        que respecta al Espíritu Santo fueron aprobados por el Concilio 
        de Constantinopla (381), de inmediato puede establecerse que los obispos 
        en Efeso (431) ciertamente no estaban pensando en condenar o culpar aquellas 
        de Constantinopla. Pero, dado el hecho que la expresión disputada 
        fué autorizada por el Concilio de Chalcedon en el año 451, 
        concluímos que la prohibición del Concilio de Efeso nunca 
        fué comprendida y no debe entenderse en un sentido absoluto. Podría 
        ser considerada ya sea como doctrinal, o como un mero pronunciamiento 
        disciplinario. En el primer caso, podría excluír cualquier 
        agregado o modificación opuesta, o discrepante con el depósito 
        de la Revelación; y tal parece ser su importancia histórica 
        porque fué propuesta y aceptada por los Padres en oposición 
        a la formula manchada con Nestorianismo. Considerado el segundo caso como 
        una medida disciplinaria, pudo vincular solo a aquellos que no eran depositarios 
        del poder supremo en la Iglesia. Los últimos, en tanto es su deber 
        enseñar la verdad revelada y preservarla del error, poseen autoridad 
        Divina, el poder y el derecho de extender y proponer a la fe tales confesiones 
        de fe como las circunstancias puedan demandar. Este derecho es ilimitable 
        como asimismo inalinable.
 |