| La Voz del Papa | |
| MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA JORNADA MISIONERA 
          MUNDIAL 2004  | 
| Queridos 
        Hermanos y Hermanas:  | |
| 1. 
        El compromiso misionero de la Iglesia constituye, también en este 
        comienzo del tercer milenio, una urgencia que en varias ocasiones he querido 
        recordar. La misión, como he recordado en la Encíclica Redemptoris 
        Missio, está aún lejos de cumplirse y por eso debemos comprometernos 
        con todas nuestras energías en su servicio (cfr. n.1). Todo el 
        Pueblo de Dios, en cada momento de su peregrinar en la historia, está 
        llamado a compartir la "sed" del Redentor (cfr Jn 19, 28). Los 
        santos han advertido siempre con mucha fuerza esta sed de almas que hay 
        que salvar: baste pensar, por ejemplo, a santa Teresa de Lisieux, patrona 
        de las misiones, y a monseñor Comboni, gran apóstol de África, 
        que he tenido la alegría de elevar recientemente al honor de los 
        altares.   | |
| Los desafíos sociales y religiosos a los que la humanidad hace frente en estos tiempos nuestros motiva a los creyentes a renovarse en el fervor misionero. ¡Sí! Es necesario promover con valentía la misión "ad gentes", partiendo del anuncio de Cristo, Redentor de cada criatura humana. El Congreso Eucarístico internacional, que será celebrado en Guadalajara, en México, el próximo mes de octubre, mes misionero, será una ocasión extraordinaria para esta unánime toma de conciencia misionera alrededor de la Mesa del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Reunida alrededor del altar, la Iglesia comprende mejor su origen y su mandato misionero. "Eucaristía y Misión", como bien subraya el tema de la Jornada Misionera Mundial de este año, forman un binomio inseparable. A la reflexión sobre los lazos que existen entre el misterio eucarístico y el misterio de la Iglesia, se une este año una elocuente referencia a la Virgen Santa, gracias a la celebración del 150 aniversario de la definición de la Inmaculada Concepción (1854-2004). Contemplamos la Eucaristía con los ojos de María. Contando con la intercesión de la Virgen, la Iglesia ofrece a Cristo, pan de la salvación, a todas las gentes, para que le reconozcan y le acojan como único salvador. | |
| 2. 
        Volviendo idealmente al Cenáculo, el año pasado, precisamente 
        el Jueves Santo, he firmado la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 
        de la que quisiera tomar algunos pasajes que nos pueden ayudar, queridos 
        Hermanos y Hermanas, a vivir con espíritu eucarístico la 
        próxima Jornada Misionera Mundial.  | |
| «La 
        Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía» 
        (n. 26): así escribía observando cómo la misión 
        de la Iglesia se encuentra en continuidad con la de Cristo (Cfr Jn 20, 
        21), y obtiene fuerza espiritual de la comunión con su Cuerpo y 
        con su Sangre. Fin de la Eucaristía es precisamente «la comunión 
        de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu 
        Santo» (Ecclesia de Eucharistia, 22). Cuando se participa en el 
        Sacrificio Eucarístico se percibe más a fondo la universalidad 
        de la redención, y consecuentemente, la urgencia de la misión 
        de la Iglesia, cuyo programa «se centra, en definitiva, en Cristo 
        mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él 
        la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento 
        en la Jerusalén celeste» (Ibíd., 60).  | |
| Alrededor 
        de Cristo eucarístico la Iglesia crece como pueblo, templo y familia 
        de Dios: una, santa católica y apostólica. Al mismo tiempo, 
        comprende mejor su carácter de sacramento universal de salvación 
        y de realidad visible jerárquicamente estructurada. Ciertamente 
        «no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene 
        como raíz y centro la celebración de la sagrada Eucaristía» 
        (Ibíd.., 33; cfr Presbyterorum Ordinis, 6). Al término de 
        cada santa Misa, cuando el celebrante despide la asamblea con las palabras 
        "Ite, misa est", todos deben sentirse enviados como "misioneros 
        de la Eucaristía" a difundir en todos los ambientes el gran 
        don recibido. De hecho, quien encuentra a Cristo en la Eucaristía 
        no puede no proclamar con la vida el amor misericordioso del Redentor. 
         | |
| 3. Para vivir de la Eucaristía es necesario, además, demorarse largo tiempo en oración ante el Santísimo Sacramento, experiencia que yo mismo hago cada día encontrando en ello fuerza, consuelo y apoyo (cfr Ecclesia de Eucharistia, 25). La Eucaristía, subraya el Concilio Vaticano II, «es fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (Lumen gentium, 11), «fuente y culminación de toda la predicación evangélica» (Presbyterorum Ordinis, 5). | |
| El 
        pan y el vino, fruto del trabajo del hombre, transformados por la fuerza 
        del Espíritu Santo en el cuerpo y sangre de Cristo, son la prueba 
        de "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Ap 21, 1), que la Iglesia 
        anuncia en su misión cotidiana. En Cristo, que adoramos presente 
        en el misterio eucarístico, el Padre ha pronunciado la palabra 
        definitiva sobre el hombre y sobre su historia. | |
| ¿Podría 
        realizar la Iglesia su propia vocación sin cultivar una constante 
        relación con la Eucaristía, sin nutrirse de este alimento 
        que santifica, sin posarse sobre este apoyo indispensable para su acción 
        misionera? Para evangelizar el mundo son necesarios apóstoles "expertos" 
        en la celebración, adoración y contemplación de la 
        Eucaristía. | |
| 4. 
        En la Eucaristía volvemos a vivir el misterio de la Redención 
        culminante en el sacrificio del Señor, como lo señalan las 
        palabras de la consagración: "mi cuerpo que es entregado por 
        vosotros... mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20). 
        Cristo ha muerto por todos; el don de la salvación es para todos, 
        don que la Eucaristía hace presente sacramentalmente a lo largo 
        de la historia: "haced esto en recuerdo mío" (Lc 22, 
        19). Este mandato está confiado a los ministros ordenados mediante 
        el sacramento del Orden. A este banquete y sacrificio están invitados 
        todos los hombres, para poder, así, participar de la misma vida 
        de Cristo: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí 
        y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo 
        vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" 
        (Jn 6, 56-57). Alimentados de Él, los creyentes comprenden que 
        la tarea misionera consiste en el ser "una oblación agradable, 
        santificada por el Espíritu Santo" (Rm 15, 16), para formar 
        cada vez más "un solo corazón y una sola alma" 
        (Hch 4, 32) y ser así testigos de su amor hasta los extremos confines 
        de la tierra. | |
| La 
        Iglesia, Pueblo de Dios en camino a lo largo de los siglos, renovando 
        cada día el sacrificio del altar, espera la vuelta gloriosa de 
        Cristo. Es cuanto proclama, después de la consagración, 
        la asamblea eucarística reunida alrededor del altar. Con fe cada 
        vez renovada, confirma el deseo del encuentro final con Aquél que 
        vendrá a llevar a cumplimiento su designio de salvación 
        universal.  | |
| El 
        Espíritu Santo, con su acción invisible, pero eficaz, conduce 
        al pueblo cristiano en este su diario camino espiritual, que conoce inevitables 
        momentos de dificultad y experimenta el misterio de la Cruz. La Eucaristía 
        es el consuelo y la prueba de la victoria definitiva para quien lucha 
        contra el mal y el pecado; es el "pan de vida" que sostiene 
        a todos cuantos, a su vez, se hacen "pan partido" para los hermanos, 
        pagando a veces incluso con el martirio su fidelidad al Evangelio.  | |
| 5. 
        Se conmemora este año, como he recordado, el 150 aniversario 
        de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. 
        María fue "redimida" de modo eminente en previsión 
        de los méritos de su Hijo" (Lumen gentium, 53). Consideraba 
        en la Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia: «Mirándola 
        a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. 
        En ella vemos el mundo renovado por el amor» (n. 62).  | |
| María, 
        «el primer tabernáculo de la historia» (Ibíd., 
        55), nos muestra y nos ofrece a Cristo, nuestro Camino, Verdad y Vida 
        (cfr Jn 14, 6). «Así como Iglesia y Eucaristía son 
        un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María 
        y Eucaristía» (Ecclesia de Eucharistia, 57).  | |
| Es 
        mi deseo que la feliz coincidencia del Congreso Internacional Eucarístico 
        con el 150 aniversario de la definición de la Inmaculada ofrezca 
        a los fieles, a las parroquias y a los Institutos misioneros la oportunidad 
        de afianzarse en el ardor misionero, para que se mantenga viva en cada 
        comunidad «una verdadera hambre de la Eucaristía» (Ibíd., 
        n. 33). La ocasión es igualmente propicia para recordar la contribución 
        que las beneméritas Obras Misionales Pontificias ofrecen a la acción 
        apostólica de la Iglesia. Éstas cuentan con todo mi aprecio 
        y les doy las gracias, en nombre de todos, por el precioso servicio que 
        ofrecen a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. 
        Invito a apoyarlas espiritual y materialmente, para que también 
        gracias a su aportación el anuncio evangélico pueda llegar 
        a todos los pueblos de la tierra.  | |
| Con 
        tales sentimientos, invocando la materna intercesión de María, 
        "Mujer eucarística", os bendigo de corazón a todos. 
         | |
| En el Vaticano, 19 de abril de 2004 | |
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        IOANNES PAULUS   | |
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