Cuento 
            de Navidad 2003
            Mahmoud y Leila se ven obligados a cambiar de residencia porque la 
            colonia israelí instalada hace unos años junto al pueblo 
            vuelve a crecer y absorbe sus tierras. (Única fuente d’ingresos 
            que tenían al haberse quedado los dos sin trabajo). También 
            s’han apropiado de su casa.
            Abandonan su viejo coche ante la imposibilidad de pagar todos los 
            permisos necesarios por poderlo hacer circular hasta su lugar de destino 
            y cogen un taxi para recorrer Palestina desde Nablús a Ramallah, 
            dónde tienen familia. A la salida de Nablús tienen que 
            cambiar de coche porque el vehículo que les traslada no supera 
            el control militar . No disponen de lo suficiente dinero por pagar 
            a alguno de los niños que se ofrecen por llevarles las pertenencias 
            que cargan (todo los que les queda) con una carretilla. Tras tres 
            horas de cola, calor y tensión, consiguen pasar el control. 
            
            Esto y el esfuerzo han provocado que Leila note dolores de parto. 
            El pequeño Fàher ha decidido que también quiere 
            cambiar de ambiente. 
            Una de las ambulancias de la Media Luna Roja que menudean por la zona 
            a causa de los toques de queda, se ofrece por llevarles al ’hospital 
            de Jerusalén. Los voluntarios de la ambulancia se alegran de 
            no transportar ningún herido, están contentos, son momentos 
            dulces. 
            Atraviesan Palestina tan rápido como poden. Uno, dos, tres 
            controles militares de carretera... Una, dos patrullas de policía... 
            Y finalmente llegan a la cola por cruzar el muro. 
            Entre ellos y el hospital tan sólo hay 120 conductores, 8 metros 
            de cemento armado o 2 metros de valla electrificada, unas 23 armas 
            automáticas, 18 soldados israelíes y 4 vehículos 
            militares. No será demasiado complicado. Los 120 conductores 
            les dejan pasar, pero el resto no. Paso bloqueado. 
            Mientras el Mahmoud contempla el coche de un colono israelí 
            cruzando el muro sin ni pararse, Fàher pulsa con fuerza por 
            venir a este mundo. Parece que él pasará su primero 
            muro antes de que sus padres crucen el último. 
            Mahmoud se pregunta el porqué de tantas prisas por venir a 
            este mundo. 
            Leila no puede más, pide Mahmoud que la lleve a la parada de 
            frutas al pie de la carretera, hecha con telas de saco y hierros, 
            que la acoje entre higos, sandías y melones. La vendedora hace 
            fuera los hombres y grita sus hijas que, ante la carencia de material 
            proporcionado por la ambulancia y la ignorancia de los soldados, calientan 
            agua con la omnipresente tetera y preparan un blando de ropa y sacos 
            
            La vendedora anuncia a Leila que se prepare por dar a luz. 
            Hace poco más de 2000 años y más o menos por 
            esta época, Palestina era ocupada por los romanos. Debido al 
            cambio de sistema, una pareja de judíos humildes se vieron 
            obligados a ir de Nazaret a Belén (del norte al corazón 
            de Palestina) para empadronarse según la nueva administración 
            romana. La mujer estaba embarazada y al llegar A Belén dio 
            a luz. Su hijo tenía que traer la paz al mundo de los humanos. 
            Unos pastores avisados por un ángel y tres sabios llegados 
            de Oriente guiados por las estrellas adoraran el niño y le 
            trajeran presentes. 
            Esta historia llegó a orejas del gobernador de la zona (Herodes, 
            también de familia judía), que rápidamente ordenó 
            a las tropas asesinar todos los menores de dos años de la población 
            por evitar que el recién nacido pudiera llevar a término 
            la causa que divinamente se le había encomendado. Murieron 
            muchísimos niños pero Jesús, José y Maria 
            avisados por el arcàngel, consiguieron huir a Egipto 
            Actualmente hay mucha más pobreza a Palestina (un 60% del paro). 
            Hoy día hay muchos más niños que nacen en peores 
            condiciones de las que puede ofrecer un establo. En estos momentos, 
            nadie podría huir d’en ninguna parte porque hay un muro 
            que les rodea. 
            Los soldados ocupantes no hablan árabe, pero sí inglés, 
            hebreo, castellano, alemán... Los presentes que recibiría 
            el niño serian "made in Israel", país que 
            controla el comercio a Palestina (Por motivos de seguridad “” 
            el 90% de los productos que se importan a Palestina provienen de Israel, 
            puesto que son más “seguros”). Y si, como en el 
            pasado, unos extranjeros visitaran el niño, no serian bien 
            recibidos por la fuerza ocupando, puesto que no interesa que vean 
            lo que realmente pasa. (Hay un fuerte control de los medios por mantener 
            desinformados a los turistas y el resto del mundo). 
            Han pasado más de 2000 años y humanamente se ha ido 
            tan atrás... Hace tiempo que no hay luces a seguir al cielo 
            de Palestina, hace tiempo que se acallan los ángeles y que 
            se acusa a los niños de formar parte de un infierno impuesto. 
            
            Hace tiempo que se ha perdido el norte y que se consagran cosas que 
            no se lo merecen. 
            Por las personas y por la paz te pedimos que este año, cuando 
            hagas el pesebre, pienses en la Palestina del 2003 y lo manifiestes 
            a tu gusto. (Lazos negras, figuras giradas, muros, soldados...). Tengas 
            presente Palestina, tengas Palestina al presente. 
            Muchas gracias y paz para todo el mundo, por Navidad 
            y por todo el año.
          El 
            mejor regalo de Navidad
            En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento 
            de Educación Rusa, para enseñar moral y ética 
            (basado en principios bíblicos) en las escuelas públicas. 
            Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos 
            de bombero y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de 
            100 niños y niñas que habían sido abandonados, 
            abusados, y dejados en cargo de un programa del gobierno, estaban 
            en este orfanato. Ellos relatan esta historia en sus propias palabras.
            Se acercaban los días de fiestas Navideñas, 1994, tiempo 
            para que nuestros huérfanos escucharan por primera vez, la 
            historia tradicional de Navidad. Les contamos como María y 
            José llegaron a Belén. No encontraron albergue en la 
            posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño 
            Jesús y fue puesto en un pesebre.
            Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores 
            del orfanato estaban asombrados mientras escuchaban. Algunos estaban 
            sentados al borde de sus taburetes, tratando de captar cada palabra. 
            Terminando la historia, le dimos a los niños tres pequeños 
            pedazos de cartulina para que construyeran un pesebre. A cada niño 
            le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de unas servilletas 
            amarillas, que yo había traído conmigo pues no habían 
            servilletas de colores en la cuidad.
            Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y 
            colocaron las tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños 
            pedazos de cuadros de franela, cortados de un viejo camisón 
            de dormir que había desechado una señora
            Americana al irse de Rusia, fue usado para la frazada del bebé. 
            Un bebé tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela 
            que habíamos traído de los Estados Unidos.
            Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras 
            yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Parecía 
            ir todo bien hasta que llegue a una de las mesas donde estaba sentado 
            el pequeño Misha. Lucía tener alrededor de 6 años 
            y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el 
            pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, pero 
            dos bebés en el pesebre. Enseguida llame al traductor para 
            que le preguntara al chico porque había dos bebés en 
            el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre ya terminado, 
            empezó a repetir la historia muy seriamente.
            Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado 
            la historia de Navidad una vez, contó el relato con exactitud… 
            hasta llegar a la parte donde María coloca el bebé en 
            el pesebre. Entonces Misha empezó a agregar. Inventó 
            su propio fin de la historia diciendo, “ y cuando María 
            colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró 
            y me preguntó si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije, 
            "no tengo mamá y no tengo papá, así que 
            no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía 
            quedar con El. Pero le dije que no podía porque no tenía 
            regalo para darle como habían hecho los demás. Pero 
            tenía tantos deseos de quedarme con Jesús, que pensé 
            que podría darle de regalo. Pensé que si lo pudiera 
            mantener caliente, eso fuera un buen regalo.
            Le pregunté a Jesús, ¿Si te mantengo caliente, 
            sería eso un buen regalo?
            Y Jesús me dijo, “Si me mantienes caliente, ese sería 
            el mejor regalo que me hayan dado".
            Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús 
            me miró y me dijo que me podría quedar con El… 
            para siempre.”
            Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se 
            desbordaban de lágrimas que les salpicaban por sus cachetes. 
            Poniendo su mano sobre su cara bajó su cabeza hacia la mesa 
            y sus hombros se estremecían mientras sollozaba y sollozaba.
            El pequeño huérfano había encontrado alguien 
            quien nunca lo abandonaría o lo abusara, alguien quien se mantendría 
            con el… PARA SIEMPRE.
            Gracias a Misha he aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene 
            en su vida, si no, a quién uno tiene en su vida. No creo que 
            lo ocurrido a Misha fuese imaginación. Creo que Jesús 
            de verdad le invitó a estar junto a El PARA SIEMPRE. Jesús 
            hace esa invitación a todos, pero para escucharla hay que tener 
            corazón de niño.
          
            Navidad en el asilo de ancianos
          Esta 
            historia sucedió en una capital centroamericana, donde mi esposo 
            trabajaba como diplomático. Faltaba una semana para la Navidad 
            y la Asociación de esposas de los diplomáticos había 
            proyectado una fiesta de Navidad en el asilo de ancianos. En mi calidad 
            de secretaria, tuve que telefonear a todas las asociadas para pedirles 
            que prepararan algún plato y fueran a atender personalmente 
            a los ancianos. La mayoría contestaba que encantada prepararía 
            un pastel, pero que no tenían tiempo para asistir a la fiesta.
            Me molestó constatar que tan solo ocho de treinta y cinco asociadas 
            dijeron que vendrían a ayudar ¡y tenemos que servir a 
            casi doscientos ancianos!
            El día de la fiesta llegué al asilo a tiempo y Gladys 
            la presidenta de la asociación ya se encontraba tras la larga 
            mesa en la que cada una iba dejando su torta. La esposa del embajador 
            americano estaba preparando el ponche y cortando pasteles. Las pocas 
            señoras que se habían comprometido a ayudar colocaban 
            los adornos de Navidad, organizaban las sillas y realizaban los diversos 
            trabajitos necesarios para poner en marcha la fiesta.
            -Qué lástima. Habría deseado que más señoras 
            hubieran querido ayudar. ¿Por dónde quieres que empiece?
            La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento. 
            Me pidió que les llevara la merienda a los ancianos que no 
            podían salir de su cuarto.
            -Cómo no, dije, agarrando una bandeja. ¡Será mejor 
            que comience pronto, pues voy a tardar un siglo en servirles a todos!
            Empezó la música y no sé quién se puso 
            a cantar villancicos con los ancianos, que estaban todos reunidos 
            en el inmenso patio del establecimiento. Yo no tenía tiempo 
            de escuchar ni disfrutar las canciones.
            Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro, llevando pasteles 
            y ponche, sin mirar casi ni de reojo a los pacientes que servía. 
            A cada uno le daba además una bolsa de caramelos y un regalo. 
            Recorrí todas las alas del edificio, me dolían las piernas 
            de subir las escaleras. Una de las tantas veces que subí, una 
            viejita que llevaba un vestido estampado, rasgado y desteñido 
            me tocó el brazo y me dijo tímidamente:
            -Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de cambiarme 
            el regalo?
            Me volví hacia ella irritada y repliqué:
            -¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que 
            le tocó uno de hombre?
            -No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas. Las perlas representan 
            lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.
            Pensé: ¡Qué superstición más tonta! 
            ¡Hay que ver cómo está el mundo!
            ¡Deberían agradecer cualquier cosa que les dieran!
            -Lo siento. Ahora estoy muy atareada. A lo mejor después se 
            lo puedo cambiar.
            Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja y me olvidé 
            al instante de la señora.
            Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo a la sección 
            de mujeres, en la planta baja. Abrí la puerta del cuarto A-14 
            apoyándome de espaldas y una vez dentro, di la vuelta; cuando 
            ví lo que había allí, me estremecí de 
            tal modo que la bandeja me empezó a temblar en mis manos. ¡En 
            aquel cuarto feo y deslucido, acostada en un camastro de sábanas 
            grises y con un camisón raído, estaba mi madre! ¿Mamá? 
            ¡No puede ser! ¡Mamá está muerta! y de estar 
            viva, no se encontraría en un lugar así. Se trataba 
            de un asilo para ancianos sin familia, gente pobre y enferma que no 
            tenía donde estar ni quien la cuidara.
            No podía ser; los ojos me estaban haciendo una jugarreta. Cuando 
            volví a abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que ocupaba 
            el cuarto. No era mi madre, sino una viejita de cabello gris y ojos 
            azules, que ni se parecía mucho a ella. ¿Qué 
            me habría pasado que pensé que esa pobre mujer era mi 
            madre?
            Sería la madre de otro, no la mía. Entonces, ¿por 
            qué no me sentí aliviada?
            Todo lo contrario, me embargó un dolor inmenso y se me hizo 
            un nudo en la garganta.
            Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo para que 
            no me viera llorar.
            Por el oscuro pasillo retorné a la mesa en la que se encontraba 
            Gladys trabajando, muy animada. Se me debía notar lo mal que 
            me sentía, porque su expresión cambió en cuanto 
            me vio y me dijo:
            -¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome 
            con el brazo.
            -Es que vi a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de ver a mi 
            madre allí en un cuarto! No puedo seguir.
            -Lo que te pasa es que estás agotada. Tómate un descanso.
            Varias personas que se encontraban por allí cerca empezaron 
            a mirarme.
            Agarré una servilleta y me fui corriendo para que no me vieran 
            llorar.
            Me dirigí a un descansillo de la escalera del ala masculina, 
            donde no había luz y me senté en el rincón, sollozando. 
            Señor recé, ¿qué me pasa? ¿Me estoy 
            volviendo loca?, y casi al instante oí Su respuesta, que no 
            me llegó con palabras audibles sino en mis pensamientos: «Y 
            si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres... y 
            no tengo amor, de nada me sirve.» (1Cor.13:3)
            Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin duda alguna 
            dirigidas a mí. Ese día yo había preparado tortas, 
            caminado kilómetros, llevado comida a muchas personas, pero, 
            ¿para qué? ¿A quién había estado 
            sirviendo? ¿A quién había tratado con cariño? 
            ¡Ni siquiera me había molestado en mirar a nadie! Los 
            ancianos no significaban nada para mí, ni veía sus rostros... 
            hasta que vi en alguien que sufría el rostro amado de mi madre. 
            Entonces cobraron vida para mí los ancianos.
            -Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo 
            al revés. Tengo que volver a empezar.
            Respiré profundamente, me enjugué las lágrimas 
            y volví a la mesa de los pasteles. Gladys me miró desde 
            donde estaba ocupada y me dijo:
            -Ya has hecho bastante por hoy, Betty. ¿Por qué no te 
            vas a casa a descansar? A partir de ahora nos las podremos arreglar 
            con las que estamos.
            -No me pidas que me vaya le respondí. En realidad recién 
            voy a empezar como debe ser.
            Cuando estaba a punto de irme cargando otra bandeja, de pronto me 
            acordé:
            -Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo que 
            cambiar uno.
            Ella me pasó una cajita que contenía un broche de piedras 
            rojas con forma de corazón.
            Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome 
            deprisa hacia el patio.
            Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros. Ni me 
            había molestado en mirarle la cara. Había estado demasiado 
            ocupada para prestarle alguna atención y pasé de largo, 
            como hicieron el levita y el sacerdote en la historia del buen samaritano. 
            Busqué entre todos los ancianos, de fila en fila. A todos se 
            les veía contentos, cantando villancicos mientras resonaba 
            la música. Por primera vez en todo el día me empecé 
            a sentir feliz.
            Entonces vi el andrajoso vestido estampado. La señora estaba 
            sentada contra la pared, sola, teniendo en su regazo los caramelos 
            sin desenvolver y las perlas. Se veía muy triste y desdichada. 
            Me acerqué corriendo.
            La busqué por todas partes. Tome, le traje un regalo diferente.
            Alzó la vista sorprendida y luego, casi como quien pide perdón, 
            agarró la caja y la abrió. Los ojos se le iluminaron 
            como un árbol de Navidad y sonrió de oreja a oreja encantada.
            -Muchas gracias señorita, exclamó, es muy bonito.
            De nuevo se me hizo un nudo en la garganta, pero esta vez no me importó.
            Deje que se lo coloque le dije. Y déme esas perlas, que ninguna 
            falta nos hacen las lágrimas en Navidad.
            Cuando me fui, la dejé cantando en el patio con los demás 
            y me dio la impresión de que se me quitaba un peso tremendo 
            de encima.
            Sólo me quedaba una cosa por hacer antes del fin de la fiesta: 
            volver al cuarto A-14. De alguna forma tenía que darle las 
            gracias a aquella paciente, pero no sabía cómo. Cuando 
            empujé la puerta, me encontré a la señora sentada 
            en la cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió.
            -Feliz Navidad mamita, le dije.
            Qué bueno que haya vuelto me contestó. Quería 
            darles las gracias a todas las señoras por venir y hacernos 
            la fiesta. Me gustaría hacerle un regalo, pero no tengo nada 
            que le pueda dar. ¿Le puedo cantar una canción?
            Ya no me podía contener más y asentí con la cabeza. 
            Me senté en la cama mientras ella me interpretó, con 
            voz chillona, tres estrofas de una canción de lo más 
            triste y de lo menos navideña que he oído en la vida. 
            Pero el resplandor de sus ojos pudo más que la letra y dejó 
            bien claro el mensaje de la Navidad: ¡dichosa tierra!
          
            Una estrella de luz
          Fabián, 
            siempre esperaba con gran entusiasmo que llegara el fin de semana. 
            Los viernes, apenas salía del trabajo, iba hasta su casa, preparaba 
            la mochila con las cosas necesarias para acampar y algunos alimentos, 
            medicamentos y ropa que había juntado entre los amigos. Tomaba 
            el colectivo hasta el Tigre, y llegaba con el tiempo justo para subir 
            a la última lancha que lo llevaba hasta el camping. Sábado 
            y domingo se dedicaba a recorrer la zona en un pequeño bote 
            para conversar con las familias y compartir con ellas las cosas que 
            había llevado. Al mismo tiempo, aprovechaba para hacer una 
            lista de necesidades para tratar de resolverlas durante la semana. 
            Ayudaba a los chicos en las tareas -porque muchos de los papás 
            no sabían leer ni escribir- y los alentaba para que no dejaran 
            de estudiar, aunque sabía lo difícil que era para ellos 
            ir todos los días en lancha hasta la escuela. 
            Feliciano, el administrador del camping ya lo conocía y lo 
            esperaba con un plato de sopa caliente los días de invierno, 
            y una ensalada con algún fiambre cuando hacía calor. 
            Fabián compartía la sencilla comida con él, y 
            después armaba su carpa en el lugar más alejado, cerca 
            del río. Amaba las noches despejadas, para tirarse boca arriba 
            sobre el pasto y contemplar las estrellas.
            Se pasaba horas enteras contándolas, poniéndoles nombres 
            e imaginando dibujos en el cielo. 
            Cierta noche estaba así tirado, disfrutando de un cielo maravilloso 
            en el que podía distinguir hasta la estrella menos brillante 
            (esas que no se pueden ver en la ciudad), sin nubes, con la temperatura 
            ideal -ni frío ni calor- cuando, de pronto, le pareció 
            que una estrella se movía. Él había oído 
            muchas veces de estrellas fugaces y, en un primer momento, no se extrañó. 
            
            Pero, al seguir mirando descubrió que la estrella parecía 
            dudar. Se movía para un lado y después para el otro. 
            Como si fuera una persona que no sabe si cruzar una calle o no. Se 
            mantuvo en ese juego durante unos minutos. Fabián se fue incorporando 
            de a poco hasta quedar de pie, sin poder quitar la vista de esa estrella 
            tan extraña. Quizá no sea una estrella, pensó. 
            ¿Será un OVNI? 
            Después de unos instantes, la estrella, que realmente parecía 
            dudar, se decidió y se precipitó hacia la tierra. Fabián 
            se dio una gran susto, porque creyó que se le iba a caer encima, 
            y se agachó. Le pareció que había caído 
            muy cerca, detrás de unos árboles. 
            «No puede ser; las estrella no caen así, debe tratarse 
            de otra cosa; esto es imposible, seguramente es una ilusión 
            óptica por estar fijando tanto tiempo la vista...» 
            Fabián trataba de convencerse de que no había pasado 
            nada y ni siquiera miraba hacia los árboles donde supuestamente 
            había visto caer la luz. Sin embargo, su curiosidad fue más 
            grande. «Si no fue nada, ¿qué pierdo con ir a 
            ver?», se justificó. 
            Se dirigió, entonces, hacia ese lugar tratando de no hacer 
            ruido. 
            Llegó hasta donde había varios árboles caídos 
            que formaban un claro.
            Entonces, la vio.
            No podía creerlo. Se frotaba los ojos, porque creía 
            que estaba soñando; o hipnotizado; o sugestionado... Sentada 
            en un tronco, con la cabeza apoyada en un brazo y una pierna doblada 
            sobre la otra, se encontraba una estrella. Tenía una expresión 
            de gran tristeza y a Fabián le pareció ver una pequeña 
            lágrima que le caía por la mejilla.
            Tuvo miedo, pero el temor fue desapareciendo al contemplarla tan desamparada 
            y triste. Se acercó despacito y le dijo:
            -Disculpe, no entiendo qué está pasando, pero me da 
            mucha pena verla así.
            ¿Quién..., o qué es usted? ¿La puedo ayudar 
            en algo? 
            La estrella levantó los hombros como diciendo que ya nada le 
            importaba y giró hacia el otro lado.
            -De verdad señora, no me gusta dejarla acá sola y tan 
            triste; quizás pueda hacer algo para ayudarla (Fabián 
            apenas se daba cuenta de lo asombroso de la situación. No todos 
            los días se conversa con una estrella; pero no le quedaba más 
            remedio que hacerlo).
            Después de un rato, la estrella le dijo:
            -Te agradezco, pero lo dudo. No creo que nadie pueda ayudarme. ¡Estoy 
            tan cansada! Pero es muy largo de contar. Casi dos mil años 
            de vida no se cuentan en un minuto.
            Fabián se sentó en un tronco, a una distancia prudencial 
            y dijo.
            -No importa, no tengo nada que hacer. Tengo tiempo para charlar con 
            usted. 
            La estrella comenzó a hablar lentamente y, en su voz, se percibía 
            una gran tristeza.
            -Hace dos mil años me encomendaron una tarea. La más 
            importante, me dijeron. No importa que seas chiquita, ni que no tengas 
            mucho brillo. En el momento oportuno, el brillo te llegará 
            de afuera y llamarás la atención de todos los hombres. 
            Era mi oportunidad. Ya no sería una estrella más; ya 
            no pasaría inadvertida; los hombres me pondrían un nombre 
            y figuraría en los catálogos.
            Fue así que acepté, y con mi luz señalé 
            el camino a unos sabios hasta el pesebre donde había nacido 
            un pequeño niño. 
            Desde ese momento, todos los años hago el mismo camino, para 
            que nadie se olvide de ese gran acontecimiento que, según me 
            contaron, cambió la historia de los hombres. Pero, con el paso 
            del tiempo, me di cuenta de que ya no vale la pena; que los hombres 
            no miran hacia el cielo; han perdido sus sueños; se matan en 
            las guerras...
            Interrumpió su conversación durante unos segundos y, 
            con la mirada perdida, pareció estar buscando una palabra para 
            completar la frase, un adjetivo para la palabra guerras.
            -En guerras. Esta palabra es tan tremenda en sí misma, que 
            no necesita nada que la acompañe. Si dijera en terribles o 
            crueles guerras, alguien podría llegar a pensar que hay guerras 
            que no son terribles o crueles. ¡Se matan entre hermanos! Vi 
            torturas y desapariciones. También vi a mucha gente morirse 
            de hambre, al mismo tiempo que otros despreciaban el plato que le 
            ponían delante. Mujeres golpeadas, sometidas y esclavizadas. 
            Chicos sin escuela y otros que la desaprovechan. Vi gente enriquecerse 
            en forma desmedida y despiadada, mientras otros carecían de 
            lo indispensable. Excluídos en un mundo globalizado; enfermos 
            que podrían curarse; locos abandonados por sus familiares; 
            personas viviendo sin techo; niños mendigando o robando o matando... 
            Niños de la calle asesinados. Violencia engendrada por las 
            desigualdades y por la injusticia. 
            Los que deberían servir porque tienen el poder, se preocupan 
            por unos pocos. 
            Yo, que vi nacer al niño de Belén, que escuché 
            lo que predicaba, que lo vi compartir la comida, echar a los mercaderes 
            del templo, lavarles los pies a sus discípulos, creo que ya 
            no tengo nada más que hacer. Los hombres se han olvidado de 
            todo lo que él dijo. Ya no tienen arreglo. Ya no miran el cielo, 
            ¿para qué voy a seguir recorriendo ese camino?
            Fabián se había quedado mudo y paralizado. No sabía 
            qué decir ni qué pensar.
            Todas las ideas se le mezclaban. La estrella parecía tener 
            razón pero, sin embargo, Fabián se revelaba contra esta 
            idea. ¿Ya no hay esperanzas? ¿Ya está todo perdido? 
            No sabía que decir y comenzó a balbucear palabras incoherentes:
            -Bueno, no todo es así, puede ser que... Yo creo que podríamos…
            La estrella lo interrumpió. 
            -Está bien, no hace falta que intentes convencerme, yo ya decidí 
            qué hacer.
            ¿Por qué no me cuentas qué haces vos en este 
            lugar tan apartado y alejado?
            Fabián la invitó para que fuera hasta su carpa y le 
            convidó un mate. Él se recostó en el pasto y 
            la estrella a su lado. Así, comenzó a contarle a qué 
            se dedicaba y qué hacía los fines de semana en esa isla.
            -¡Qué suerte que te encontré!, dijo la estrella 
            cuando Fabián terminó de hablar. Aunque este año 
            no brille para todos, vos tuviste la oportunidad de tenerme bien cerca 
            tuyo. Eres el único que merece verme...
            Fabián que había entrado en confianza la interrumpió 
            bruscamente y le dijo:
            -Creo que está equivocada. En primer lugar, no soy el único 
            que merece verla; y por otra parte, es cierto que el mundo parece 
            encaminarse hacia la destrucción y que no hay nada que pueda 
            detener lo que está pasando, pero, justamente por eso, creo 
            que tiene que brillar más que antes. Hay muchas personas que 
            sólo miran hacia abajo, que necesitan una luz fuerte para descubrir 
            que pasan cosas más allá de sus narices. ¡Cómo 
            se va a dar por vencida justo ahora que es cuando más la necesitamos! 
            
            Muchos hombres no van a reconocer su luz y ni siquiera se van a enterar 
            de que usted hace un recorrido para llamarles la atención, 
            para recordarles un gran acontecimiento, para anunciar que para Dios, 
            los hombres somos importantes, porque él se hizo uno de nosotros. 
            Pero quizás, alguno puede llegar a levantar la vista y verla 
            ¡Aunque más no sea por casualidad! ¿Y a los otros? 
            ¿Quién va a renovarles la esperanza?
            Fabián dijo esta última frase gritando. La estrella 
            permaneció callada. En la oscuridad, Fabián no pudo 
            distinguir que esbozaba una sonrisa.
            De golpe, sintió algo húmedo en su rostro. Era «Pirata», 
            el perro del administrador del camping que le estaba lamiendo la cara. 
            
            -¡Eh, Fabián! ¿Cómo estás? ¿Te 
            pasó algo?, preguntó Feliciano. Me asusté, porque 
            vi una luz y te oí gritar como si estuvieras discutiendo con 
            alguien.
            Pensé que te había pasado algo, pero seguramente te 
            quedaste dormido. Métete dentro de la carpa que te vas a resfriar 
            con el rocío.
            Fabián le hizo caso, entró en la carpa, pero tardó 
            en dormirse, porque aunque estaba seguro de que todo había 
            sido un sueño, sentía una extraña sensación.
            Pasaron los días y llegó el tiempo de Navidad. Poco 
            antes, Fabián organizó una fiesta con la gente de la 
            isla y unos amigos de la ciudad. 
            Feliciano prestó el camping y armaron una gran mesa para la 
            fiesta que comenzó bien temprano por la mañana y duró 
            hasta la tardecita. Comieron lo que cada uno había llevado, 
            bailaron y cantaron. Antes de irse, Fabián regaló a 
            cada familia una pequeña estrella de madera para que la colocaran 
            sobre el pesebre. 
            El 24 a la noche, justito cuando daban las doce, todas las familias 
            de la zona, vieron una gran luz que provenía del pesebre donde 
            estaba la imagen del pequeño bebé. 
            Esa luz, para sorpresa de todos, venía de la pequeña 
            estrella de madera. En el cielo, también brilló una 
            estrella, aunque ya no señalaba el camino hacia el lugar donde 
            hace dos mil años había estado el niño. En cambio, 
            iluminaba a todos los que, como Fabián, hacen nacer a Dios 
            en medio de los hombres y los conducen hacia él.
            Y, para sorpresa de muchos, esa nochebuena, estuvo muy iluminada.
            María Inés Casalá
          La 
            Navidad no es cuento
            Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, 
            el niño del pesebre levantó la cabeza y miró 
            la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, 
            temblando y temeroso.
            -Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes 
            miedo?
            -No me atrevo… no tengo nada para darte.
            -Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido.
            El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
            -De verdad no tengo nada… nada es mío; si tuviera algo, 
            algo mío, te lo daría… mira.
            Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó 
            una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
            -Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy…
            -No -contestó Jesús- guárdala. Querría 
            que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
            -Con gusto -dijo el muchacho- pero ¿qué?
            -Ofréceme el último de tus dibujos.
            El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre 
            y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró 
            algo al oído del Niño Jesús:
            -No puedo… mi dibujo es «muy malo»… ¡nadie 
            quiere mirarlo…!
            -Justamente, por eso yo lo quiero… siempre tienes que ofrecerme 
            lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además 
            quisiera que me dieras tu plato.
            -Pero… ¡lo rompí esta mañana! - tartamudeó 
            el chico.
            -Por eso lo quiero… Debes ofrecerme siempre lo que está 
            quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo… Y ahora - insistió 
            Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres 
            cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.
            El rostro del muchacho se ensombreció; bajó la cabeza 
            avergonzada y, tristemente, murmuró:
            -Les mentí… Dije que el plato se me cayó de las 
            manos, pero no era cierto…
            ¡Estaba enojado y lo tiré con rabia!
            -Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- 
            Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, 
            tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas… 
            No tienes necesidad de guardarlas… Quiero que seas feliz y siempre 
            voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que 
            vinieras todos los días a mi casa.
            Ariel David Busso
            Caminos de cielo limpio, de Editorial Lumen
          
            Una extraña anciana
            Pasó en Belén, aquella madrugada. La estrella acababa 
            de desaparecer, el último peregrino había abandonado 
            el establo, la Virgen había ya acomodado las pajas de la cuna, 
            y el niño por fin había podido dormirse. 
            ¿Pero puedo uno dormir en la noche de Navidad?
            Dulcemente la puerta de la puerta se abrió, empujada, podría 
            decirse, por un aliento más que por una mano, y una mujer apareció 
            en el dintel, cubierta de harapos, tan vieja y tan arrugada que en 
            su rostro color de tierra la boca parecía ser una arruga más. 
            Al verla, María sintió miedo, como si hubiera entrado 
            al establo alguna hada malvada. Felizmente Jesús dormía. 
            El asno y el buey rumiaban apaciblemente su paja y miraban a la extraña 
            mujer adelantarse sin dar muestra alguna de sorpresa como si la conocieran 
            desde siempre.
            La Virgen, por su parte, no le quitaba los ojos de encima. Cada uno 
            de los pasos que la anciana daba le parecía que duraban siglos. 
            La vieja seguía avanzando hasta que se detuvo junto al pesebre. 
            Gracias a Dios, Jesús seguía durmiendo.
            ¿Pero duerme uno la noche de Navidad?
            De pronto el niño abrió los ojos, y su madre se sorprendió 
            muchísimo al ver que los ojos de la mujer y los del niño 
            eran exactamente iguales y brillaban con la misma esperanza. La vieja 
            entonces se inclinó sobre el pesebre, mientras que su mano 
            hurgaba entre sus harapos buscando alguna cosa que tardó siglos 
            en encontrar. María seguía mirándola con la misma 
            inquietud. Los animales la miraban también, pero siempre sin 
            sorpresa, como si supieran por adelantado lo que iba a, suceder.
            Por fin, al cabo de un largo rato, la vieja logró sacar de 
            sus harapos un objeto escondido en cuenco de su mano y lo entregó 
            al niño.
            Tras todos los tesoros ofrendados por los magos y los regalos de los 
            pastores, ¿qué sería aquel nuevo presente? Desde 
            donde se encontraba María no podía verlo.
            Sólo percibía la espalda curvada por los años, 
            y que se doblaba aún más al inclinarse sobre la cuna. 
            Pero el asno y el buey seguían mirándola sin
            inquietarse.
            Esto duró un buen rato. Después la anciana mujer se 
            enderezó, como liberada del terrible peso que la empujaba hacia 
            el suelo. Sus espaldas ya no estaban gibadas, su cabeza tocaba casi 
            el techo de la choza y su rostro había recuperado milagrosamente 
            la juventud. Y cuando se apartó de la cuna para dirigirse de 
            nuevo hacia la puerta y desaparecer en la noche
            de la que había venido, María pudo al fin ver el regalo 
            misterioso. Eva, porque era ella, había venido a devolverle 
            al niño la pequeña manzana, la manzana del primer pecado 
            y de tantos otros que lo siguieron. Y la manzanita roja brillaba en 
            las manos del recién nacido como el globo del mundo nuevo que 
            con él acababa de nacer.
          
            Regalo de Navidad
            Un día, Alfredo, despertó en una víspera de Navidad, 
            muy contento, pues una fecha muy importante estaba por llegar. Era 
            el día del aniversario del Niño Jesús, y es lógico, 
            el día en que Papá Noel vendría de visita como 
            todos los años. Con sus siete añitos, esperaba ansiosamente 
            el caer de la noche, para volver a dormir y espiar el calcetín 
            que estaba en el frente de la puerta, pues no tenía árbol 
            de Navidad. Se durmió muy tarde, para ver si conseguía 
            atrapar a aquel "viejito", pero como el sueño era 
            mayor que su voluntad, se durmió profundamente. La mañana 
            de Navidad, observó que su calcetín no estaba allí, 
            y que no había regalo alguno en toda su casa. Su padre desempleado, 
            con los ojos llenos de lágrimas, observaba atentamente a su 
            hijo, y esperaba tener coraje para hablarle, que su sueño no 
            existía, y con mucho dolor en el corazón lo llama:
            - ¡Alfredo, hijo mío, ven acá¡ 
            - ¿Papá? 
            - ¿Qué ocurre hijo? 
            - Papá Noel se olvidó de mí... 
            Alfredo abraza a su padre y los dos se ponen a llorar. Alfredo dice:
            - ¿El también se olvidó de ti papá? 
            - No hijo mío. El mejor presente que yo podría haber 
            ganado en la vida esta en mis brazos, y quédate tranquilo pues 
            yo sé que Papá Noél no se olvidó de ti.
            - Pero todos lo otros niños vecinos están jugando con 
            sus presentes... El se olvidó de nuestra casa.
            - No se olvidó... El presente te está abrazando ahora 
            y va a llevarte a uno de los mejores paseos de tu vida.
            Y así fueron a un parque y Alfredo jugó con su padre 
            durante el resto del día, volviendo al anochecer. Alfredo llegó 
            a casa muy cansado pero fue a su cuarto y "escribió" 
            una carta para Papá Noel:
            "Querido Papá Noel, yo sé que es demasiado tarde 
            para pedir alguna cosa, pero quiero agradecer el presente que me diste. 
            Deseo que todas las Navidades que yo pase, hagas que mi padre olvide 
            sus problemas y que él pueda distraerse conmigo, pasando una 
            tarde maravillosa como la de hoy. Gracias por mi vida, pues descubrí 
            que no es con juguetes con lo que que somos felices, y sí con 
            el verdadero sentimiento que está dentro de nosotros, que el 
            señor despierta en las Navidades: Te da las gracias por todo: 
            Alfredo." Y se fue a dormir. Entrando al cuarto para dar las 
            buenas noches a su hijo, el padre de Alfredo vio la cartita y a partir 
            de ese día, no dejó que sus problemas afectasen la felicidad 
            de ellos y comenzó a hacer que todos los días fuesen 
            Navidad para ambos. 
            Si un niño de siete años, consiguió percibir 
            que los mejores presentes que se pueden recibir no son materiales, 
            ¿Por qué nosotros no hacemos lo mismo?
            Que todos hagamos que cada día sea una Navidad, valorando la 
            Amistad, el Cariño y todos los buenos sentimientos que existen 
            dentro de nosotros. Al final, las únicas cosas que podremos 
            llevarnos de esta vida, son los sentimientos, los recuerdos que quedarán 
            guardadas en nuestros corazones.
          
          Regalos 
            de Navidad
            En Navidad, todos suelen dar regalos, menos una mujer. Ella vivía 
            en el alto de un cerro y nunca daba regalos a nadie. Tampoco recibía 
            regalos y nadie sabía mucho de ella. 
            Un día, un grupo de niños se arriesgó a acercarse 
            de la vieja casa. Era víspera de Navidad y querían ver 
            como la mujer celebraba esta hermosa fiesta. 
            No fue sin sorpresa que vieron que no había ninguna decoración.
            Absolutamente, nada: la casa, en color gris y negra, no presentaba 
            ninguna señal de fiesta. 
            Entonces, escucharon un ruido y la puerta se abrió.
            - ¿Por qué me buscan jóvenes?
            Algunos niños alcanzaron huir, pero dos se quedaron delante 
            de la mujer, totalmente pálida y con aire de cansada, como 
            si se hubiese trasnochado. Los que quedaron no contestaron nada.
            - ¿Vinieron a recoger sus regalos de Navidad? - les preguntó 
            la mujer, para los dos niños que se quedaron aún más 
            sorprendidos, pues ella nunca daba regalos a nadie. Simplemente admitieron 
            con la cabeza.
            - Muy bien, esperen aquí y no se vayan a ir.
            La mujer volvió a cerrar la puerta. El tiempo pasó, 
            los dos se miraban inquietos, asustados, no sabían si debían 
            correr o que hacer, cuando nuevamente la puerta se abrió. En 
            los brazos de la mujer había dos angelitos esculpidos muy bonitos. 
            
            En su cara había una sonrisa no muy demarcada.
            - Esto es para ustedes. Siempre estuve esperando que alguien viniera 
            a buscar regalos, o darme regalos, pero todos tienen miedo de mí. 
            Perdí toda mi familia, esta casa es lo único que tengo 
            y paso el tiempo haciendo estas estatuas.
            Tómenlas, llévenlas consigo y que pasen una feliz navidad. 
            
            Desde este día, se volvió una tradición llevar 
            regalos a la mujer del alto del cerro y volver cargados de estatuas 
            de ángeles y otras hermosas figuras. Aún después 
            de morir, la población continuó llevando regalos que 
            los dejaban a la puerta de la vieja casa. Dicen que, al volver, los 
            que habían entregado regalos con un corazón inocente 
            como un niño encontraban una hermosa estatua sobre su cama.
            En esta Navidad, rompe las barreras y habla con las personas, aún 
            las que aparentemente son muy extrañas.
            No midas tus riquezas por aquello que tiene mucho valor, sino por 
            aquello que no cambiarías por nada del mundo."
          La 
            esperanza
            Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una 
            familia rica y le dijo a la dueña de la casa: Te traigo una 
            buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá 
            a visitar tu casa. 
            La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído 
            posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar 
            una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pavos, 
            pollos, conservas y vinos importados. 
            De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro 
            sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado. 
            - Señora, ¿no tendría algún trabajo para 
            darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo. 
            - ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió 
            la dueña de la casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una 
            importante visita. 
            Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la 
            puerta. Señora, mi camión se ha arruinado aquí 
            en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una 
            caja de herramientas que me pueda prestar? 
            La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal 
            y los platos de porcelana, se irritó mucho: ¿Usted piensa 
            que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se 
            ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi 
            entrada con esos pies inmundos. 
            La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas 
            de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió 
            de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos. Mientras 
            tanto alguien afuera batió las palmas. 
            Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada 
            y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era 
            Jesús. Era un niño harapiento de la calle. 
            - Señora, déme un plato de comida. ¿Cómo 
            te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, 
            porque esta noche estoy muy atareada. 
            Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba 
            la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no 
            parecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, 
            que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos 
            vacíos y el sueño hizo olvidar pavos, pollos y los demás 
            platos preparados. 
            A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, 
            con gran espanto frente a un ángel. 
            - ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé 
            todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. 
            ¿Por qué me hizo esta broma? 
            - No fui yo quien mintió, fue usted la que no tuvo ojos para 
            ver, le dijo el ángel. 
            Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer 
            embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento. 
            Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo
          
          
          
            Representación Navideña
          Era 
            Navidad y en el pueblo iban a hacer la representación del nacimiento 
            de Jesús. Todos estaban muy entusiasmados, querían que 
            la obra fuera un éxito. 
            Los niños la iban a representar, pero entre ellos había 
            un niño con problemas; quién sabe por qué causa, 
            era más lento en aprender que los demás. El quería 
            estar en la obra, y a la maestra le dio ternura verlo con tanta emoción 
            que le dio un papel pequeño: el del posadero que rechazaba 
            a la Virgen y a José porque la posada estaba llena. 
            El día de la obra, el teatro estaba a reventar; hasta había 
            gente de pie. Y cuando llegaron a la parte en la que llegan José 
            y María a la posada, donde este niño con problemas tenía 
            que hablar, paso algo inesperado. 
            José toco la puerta y salió el posadero, y cuando ya 
            los iba a rechazar, al ver a la joven pareja y sobre todo a la mujer, 
            embarazada de quien iba a ser nuestro salvador, al niño se 
            le llenaron los ojos de lágrimas y les dijo: 
            "Pasen, pasen, la señora puede dormir en mi cama, que 
            yo dormiré en el suelo." 
            Hubo un silencio intenso en la sala y a muchas personas les salieron 
            lágrimas. La obra fue un éxito, a pesar de que no fue 
            fiel representación de lo que realmente paso en esa noche de 
            Navidad, pero sentimos que algo había cambiado en nuestras 
            vidas, pues ese niño nos enseñó una lección 
            de amor; en su inocencia nos enseñó que debemos amar 
            y ayudar a otros, no importa quienes sean, porque somos hijos de Dios 
            y estamos aquí para hacer el bien, sin pedir nada a cambio.
          
            El mejor regalo de Navidad
            En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento 
            de Educación Rusa, para enseñar moral y ética 
            (basado en principios bíblicos) en las escuelas públicas. 
            Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos 
            de bombero y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de 
            100 niños y niñas que habían sido abandonados, 
            abusados, y dejados en cargo de un programa del gobierno, estaban 
            en este orfanato. Ellos relatan esta historia en sus propias palabras.
            Se acercaban los días de fiestas Navideñas, 1994, tiempo 
            para que nuestros huérfanos escucharan por primera vez, la 
            historia tradicional de Navidad. Les contamos como María y 
            José llegaron a Belén. No encontraron albergue en la 
            posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño 
            Jesús y fue puesto en un pesebre.
            Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores 
            del orfanato estaban asombrados mientras escuchaban. Algunos estaban 
            sentados al borde de sus taburetes, tratando de captar cada palabra. 
            Terminando la historia, le dimos a los niños tres pequeños 
            pedazos de cartulina para que construyeran un pesebre. A cada niño 
            le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de unas servilletas 
            amarillas, que yo había traído conmigo pues no habían 
            servilletas de colores en la cuidad.
            Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y 
            colocaron las tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños 
            pedazos de cuadros de franela, cortados de un viejo camisón 
            de dormir que había desechado una señora Americana al 
            irse de Rusia, fue usado para la frazada del bebé. Un bebé 
            tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela que habíamos 
            traído de los Estados Unidos.
            Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras 
            yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Parecía 
            ir todo bien hasta que llegue a una de las mesas donde estaba sentado 
            el pequeño Misha. Lucía tener alrededor de 6 años 
            y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el 
            pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, pero 
            dos bebés en el pesebre. Enseguida llame al traductor para 
            que le preguntara al chico porque habían dos bebés en 
            el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre ya terminado, 
            empezó a repetir la historia muy seriamente.
            Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado 
            la historia de Navidad una vez, contó el relato con exactitud… 
            hasta llegar a la parte donde María coloca el bebé en 
            el pesebre. Entonces Misha empezó a agregar. Inventó 
            su propio fin de la historia diciendo, “ y cuando María 
            colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró 
            y me preguntó si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije, 
            "no tengo mamá y no tengo papá, así que 
            no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía 
            quedar con El. Pero le dije que no podía porque no tenía 
            regalo para darle como habían hecho los demás. Pero 
            tenía tantos deseos de quedarme con Jesús, que pensé 
            que podría darle de regalo. Pensé que si lo pudiera 
            mantenerle caliente, eso fuera un buen regalo.
            Le pregunté a Jesús, “ Si te mantengo caliente, 
            sería eso un buen regalo?”
            Y Jesús me dijo, “Si me mantienes caliente, ese sería 
            el mejor regalo que me hayan dado".
            Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús 
            me miró y me dijo que me podría quedar con El… 
            para siempre.”
            Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se 
            desbordaban de lágrimas que les salpicaban por sus cachetes. 
            Poniendo su mano sobre su cara bajo su cabeza hacia la mesa y sus 
            hombros se estremecían mientras sollozaba y sollozaba.
            El pequeño huérfano había encontrado alguien 
            quien nunca lo abandonaría o lo abusara, alguien quien se mantendría 
            con el…PARA SIEMPRE.
            Gracias a Misha he aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene 
            en su vida, si no, a quien uno tiene en su vida. No creo que lo ocurrido 
            a Misha fuese imaginación. Creo que Jesús de veras le 
            invitó a estar junto a El PARA SIEMPRE. Jesús hace esa 
            invitación a todos, pero para escucharla hay que tener corazón 
            de niño.
          El 
            Sueño de la Virgen María
          José, 
            anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla. 
            La verdad es que no lo entiendo. Se trataba de una fiesta de cumpleaños 
            de nuestro Hijo. 
            La familia se había estado preparando por semanas decorando 
            su casa. Se apresuraban de tienda en tienda comprando toda clase de 
            regalos. Parece que toda la ciudad estaba en en lo mismo porque todas 
            las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó 
            mucho: ninguno de los regalos era para nuestro Hijo. 
          Envolvieron 
            los regalos en papeles lindísimos y les pusieron cintas y lazos 
            muy bellos. Entonces los pusieron bajo un árbol. Si, un árbol, 
            José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron 
            el árbol; las ramas estaban llenas de bolas de colores y ornamentos 
            brillantes. Había una figura en el tope del árbol. Parecía 
            un angelito. Estaba precioso.
            Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó. 
            Todos reían y parecían estar muy felices con los regalos 
            que daban y recibían. Pero fíjate José, no le 
            dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo que ni siquiera lo conocían. 
            En ningún momento mencionaron su nombre. ¿No te parece 
            raro, José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el 
            cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen? Me parecía 
            que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera 
            asistido a su propia fiesta de cumpleaños.
            Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz, 
            pero todo se quedó en las apariencias, en el gusto de los regalos. 
            Me daban ganas de llorar que esa familia no conocía a Jesús. 
            ¡Qué tristeza tan grande para Jesús - no ser invitado 
            a Su propia fiesta!
            Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué 
            terrible si ese sueño fuera realidad!
          Esta 
            página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados 
            de Jesús y María.
            TRES ÁRBOLES SUEÑAN
            Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños 
            árboles amigos que soñaban en grande sobre lo que el 
            futuro deparaba para ellos.
            El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo 
            quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y ser llenado 
            de piedras preciosas. Yo seré el baúl de tesoros mas 
            hermoso del mundo".
            El segundo arbolito observó un pequeño arroyo en sus 
            camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través 
            de mares inmensos y llevar a reyes poderosos sobre mi. Yo seré 
            el barco mas importante del mundo".
            El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados 
            de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero 
            jamas dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que 
            cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levantarán 
            su mirada al cielo y pensaran en Dios. Yo seré el árbol 
            mas alto del mundo".
            Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los 
            pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. 
            Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. 
            El primer leñador miró al primer árbol y dijo: 
            "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la 
            arremetida de su brillante hacha el primer árbol cayó. 
            "Ahora me deberán convertir en un baúl hermoso, 
            voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.
            Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este 
            árbol es muy fuerte, es perfecto para mi!". Y con la arremetida 
            de su brillante hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora 
            deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo 
            árbol, "Deberé ser el barco mas importante para 
            los reyes mas poderosos de la tierra".
            El tercer árbol sintió su corazón hundirse de 
            pena cuando el último leñador se fijó en el. 
            El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. 
            Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: 
            "¡Cualquier árbol me servirá para lo que 
            busco!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el tercer 
            árbol cayó.
            El primer árbol se emocionó cuando el leñador 
            lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero 
            lo convirtió en una mero pesebre para alimentar las bestias. 
            Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras 
            preciosas. Fue solo usado para poner el pasto.
            El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo 
            llevó cerca de un embarcadero. Pero no estaba junto al mar 
            sino a un lago. No habían por allí reyes sino pobres 
            pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, 
            hicieron de el una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil 
            para navegar en el océano. Allí quedó en el lago 
            con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia..
          
            Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol 
            la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién 
            nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido 
            una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó 
            la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al 
            niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca 
            madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, 
            de repente, el primer árbol comprendió que contenía 
            el tesoro mas grande del universo.
            Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo 
            vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja 
            barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras 
            el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De 
            repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió 
            sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues 
            las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había 
            convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas 
            para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba!. 
            ¡que gran pena, pues no servía ni para un lago!. Se sentía 
            un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, 
            se levanta y, alzando su mano dio una orden: "calma". Al 
            instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De 
            repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro, 
            supo que llevaba a bordo al rey del cielo, tierra y mares.
            El tercer árbol fue convertido en sendos leños y por 
            muchos años fueron olvidados como escombros en un oscuro almacén 
            militar. ¡Qué triste yacía en aquella penuria 
            inutil, qué lejos le parecia su sueño de juventud! 
            De repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos 
            tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó 
            al ser forzado sobre las espaldas de un inocente que había 
            sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó, doloroso, 
            por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma 
            fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado 
            sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba 
            a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. el tercer 
            árbol se sintió avergonzado, pues no solo se sentía 
            un fracasado, se sentía además cómplice de aquél 
            crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos 
            ante la víctima levantada. 
            Pero el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la 
            tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol 
            comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente 
            todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre 
            ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad 
            y supo que era el árbol mas valioso que había existido 
            o existirá jamás pues aquel hombre era el rey de reyes 
            y se valió de el para salvar al mundo!
            La cruz era trono de gloria para el rey victorioso. Cada vez que la 
            gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, 
            que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo 
            y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, 
            convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar mas 
            digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el 
            amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su 
            sueño realidad. El tercer árbol se convirtió 
            en el mas alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán Dios.
            Ven a mi lado y mira al recién nacido.
            Hijo, ven a mi lado y mira al recién nacido. Pasa adelante 
            y ponte junto a mí y José. Disculpa la incomodidad y 
            el olor de los animales; ya sabes la historia: cómo buscamos 
            por todos sitios y no pudimos encontrar algo mejor en ese momento 
            apresurado del Nacimiento de Jesús. Pero así lo quería 
            Dios; así que, ven, acércate y ponte aquí, junto 
            a mí. ¿Lo ves bien desde ahí? Míralo, 
            es el pequeño Jesús reclinado en ese duro e incómodo 
            pesebre...
          Yo 
            quería para El un lugar cómodo, pero El no quería 
            eso para Sí, por lo que nunca en la vida exigí comodidad 
            para mí. Yo hubiera preferido ahorrarle tantos sufrimientos, 
            pero El no quería una vida fácil, por lo que yo tampoco 
            la pedí para mí, así que ¡imagina la angustia 
            de mi corazón porque mi Hijo ansiaba morir crucificado para 
            salvarte a ti! Era una terrible espada que atravesó mi alma. 
            No, ser la Madre de Dios -porque Dios así lo quiso para mí- 
            no fue fácil entonces ni lo es ahora que velo por ti y todos 
            mis hijos en el mundo, llamándote, cuidándote del pecado 
            y del Maligno y apareciéndome en diversos lugares para recordarte 
            que Dios existe, que Jesús es Dios, que El te ama y por esa 
            misma razón Se hizo hombre, para redimirte.
          Ven, 
            hijo e hija de mi corazón, y no pongas atención al frío 
            intenso de la noche y la falta de visitantes y consideraciones que 
            hubo para nosotros. No me preguntes por qué el Señor 
            de señores, Dios y Creador del universo quiso nacer y vivir 
            y morir pobre y humilde, siendo El la Riqueza misma, habiendo podido 
            vivir adorado y servido por todas Sus criaturas, como realmente Se 
            Lo merece. La profundidad del corazón amoroso de Dios es inalcanzable...
          Este 
            es mi mensaje para ti para esta Navidad, hijo e hija queridos. Haz 
            un espacio para Jesús en tu corazón y saca de ahí 
            todo lo que Le estorba a El. Hazle un pesebre en ti e invítame 
            a que llegue con San José para llevarte en brazos a mi Hijo. 
            Aunque El sea pequeño aún, es mejor así, hijo 
            mío, hija mía, porque así podrá ir creciendo 
            poco a poco en ti, ajustándote a tu velocidad de entrega y 
            a tus limitaciones para una mayor conversión y deseo de santidad 
            en tu vida. Hijo mío, hija mía, que tengas una Navidad 
            feliz, con el amor y paz de Jesús en medio de tu vida y tu 
            familia.
          Con 
            mi amor de Madre para ti, María, tu Madre del Cielo, que está 
            siempre contigo.
          TIEMPO 
            DE NAVIDAD
            Lecturas de los santos
            El Misterio de la Navidad
            por: Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz
            (Escritos Espirituales, BAC, 1998)
            Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad, 
            que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo 
            nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros, 
            demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella 
            sobre el pesebre de belén. Ha pasado cono un susurro y quizás 
            permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en 
            limpio de lo que nos quiso y pudo traer. Resulta ciertamente consolador 
            que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad 
            de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas 
            para el tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar 
            algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada 
            mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada 
            a las semanas pasadas.
            Cuando los días se hacen cada vez más cortos y comienzan 
            a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida 
            y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola 
            palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede 
            resistirse. Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, 
            para los cuales la vieja historia del Niño de Belén 
            no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo 
            pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. 
            Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda 
            la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de 
            amor y alegría --ésta es la estrella hacia la cual caminamos 
            todo en los primeros meses del inverno--. Para los cristianos, y en 
            especial para los católicos, tiene un significado mayor. La 
            estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño 
            que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante 
            nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías, 
            en las cuales resuena todo el encanto de la infancia nos cantan de 
            él.
            En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una 
            santa nostalgia con las campanas del "Rorate" y los cánticos 
            del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial 
            de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones 
            y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío 
            del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor 
            está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, 
            no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo 
            porque viene tu Salvador!. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan 
            las solemnes antífonas "Oh" del Mangificat, cada 
            vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha 
            cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca 
            y mañana contemplaréis su gloria. Precisamente cuando 
            al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian 
            los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia 
            afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan 
            a la Misa del Gallo y --Cuando todo permanece en profundo silencio-- 
            el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de 
            flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora 
            de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el 
            mundo.
          Alguien 
            me acercó un cuento de Navidad que leyó en alguna parte. 
            Lo contaré a continuación porque realiza un hermoso 
            viaje al corazón de Jesús Niño. 
            Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, 
            el niño del pesebre levantó la cabeza y miró 
            la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, 
            temblando y temeroso. 
            Acércate le dijo Jesús ¿Por qué tienes 
            miedo? 
            No me atrevo... no tengo nada para darte. 
            Me gustaría que me des un regalo dijo el recién nacido. 
            
            El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó: 
            
            De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo 
            mío, te lo daría... Mira: 
            Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó 
            una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado. 
            Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy... 
            No, contestó Jesús guárdala. Querría que 
            me dieras otra cosa. 
            Me gustaría que me hicieras tres regalos. 
            Con gusto dijo el muchacho pero... ¿qué? 
            Ofréceme el último de tus dibujos. 
            El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre 
            y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró 
            algo al oído del Niño Jesús: 
            No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo... 
            ! 
            Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que 
            los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además 
            quisiera que me dieras tu plato. 
            Pero... ¡lo rompí esta mañana! tartamudeó 
            el chico. 
            Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado 
            en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora insistió Jesús 
            repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron 
            como habías roto el plato. 
            El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza 
            avergonzado y, tristemente, murmuró: 
            Les mentí... Dije que el plato se me cayó de las manos, 
            pero no era cierto... ¡estaba enojado y lo tiré con rabia! 
            
            Eso es lo que quería oírte decir dijo Jesús, 
            dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, 
            tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... 
            No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre 
            voy a perdonarte tus faltas. 
            A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días 
            a mi casa. 
            
            del libro Caminos de cielo limpio .
            Ed. Lumen.