| JUAN 
        PABLO II MAS QUE GRANDE. AMIGO."La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta 
        y por Él es iluminada.
 La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio 
        de luz».
 Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún 
        modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús:
 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron". (Lc 24, 31).
  Hablar 
        de “alguien” después de muerto es fácil y hasta 
        uno se puede lucir, pero detenerse en la vida de un Santo Padre que por 
        26 años llevó adelante con valor y alegría la barca 
        de Pedro, es atreverse a mucho más y a la vez, vivir con silente 
        oración la serenidad de un santo que pasó a las manos amorosas 
        y misericordiosas de Dios.Nace un 18 de mayo de 1920 en Wadowice, cerca de Cracovia, Polonia. De 
        Karol y Emilia. Vive la experiencia de la guerra por eso le corresponde 
        esconderse para poder hacerse sacerdote (1 de noviembre de 1946) En Roma 
        se especializa y defiende con sabiduría la tesis doctoral sobre 
        la fe según San Juan de la Cruz. Luego el doctorado en Filosofía 
        dedicado al filósofo Max Scheler. Esto le permite ser profesor 
        en la facultad de Teología de Cracovia. El 28 de septiembre de 
        1958 es nombrado Obispo auxiliar de Cracovia a los 38 años. El 
        Papa Pablo VI lo hace Arzobispo de Cracovia y su consagración se 
        realiza el 13 de junio de 1964. El 29 de mayo de 1967 es elevado a la 
        dignidad cardenalicia. Desde ese momento asume con valor su presencia 
        en la Iglesia con su voz y sabiduría para que el Colegio de Cardenales 
        lo elija Sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1878.
 Este ser tan especial lleno de un cariño especialísimo, 
        muy cercano, gran misionero, comunicador por excelencia y un verdadero 
        apóstol se quedó serenamente dormido después de luchar 
        frente a la enfermedad en la debilidad humana. Aunque debemos recordar 
        que en medio de esa debilidad tenía tal fuerza que empujó 
        a todos hacia delante.
 Un gran peregrino que se le puede llamar el mejor atleta que supo llevar 
        la antorcha de la esperanza por todos los rincones de la tierra. Sabía, 
        con claridad de hombre de Dios, que su vida era un servicio y la colocó 
        en la búsqueda afanosa por la verdad, la paz y la justicia.
 Abrió espacios muy interesantes donde su voz se hizo escuchar contra 
        la muerte, la guerra, el aborto. Asumió con mucha fuerza la pobreza 
        y el sufrimiento y esto tomó más fuerza cuando siente en 
        carne viva aquel atentado. Desde allí comprende con cercanía 
        la fragilidad humana y por eso sale al encuentro de todos. Habrá 
        que recordar, para siempre, que su posición siempre estuvo enmarcada 
        en una Iglesia de y para los pobres.
 Vivió y enseñó a comprender la Eucaristía 
        de allí que haya declarado a 2005 el Año para amarla y vivirla. 
        Además, tenía un amor muy especial por la Santísima 
        Virgen por eso supo decir: "Nos has dado a tu Madre como nuestra 
        para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, 
        recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo 
        la más perfecta Madre". Sin olvidar su insistencia a favor 
        de la familia. La llamó Santuario de la vida y templo donde todos 
        debemos quererla y mantenerla.
 Amasó, como el mejor panadero, a la juventud que en cada ocasión 
        hizo vibrar para llamarla al compromiso para la vida en Cristo Jesús.
 Este hombre de Dios y hoy en las manos eternas, vivió con fervor 
        y en un espíritu de oración. Fue y será un símbolo 
        de la novedad que encarnó en un mundo necesitado de amor y comprensión. 
        Supo sonreír fascinando a grandes y chicos dando lo mejor y penetrando 
        todos los corazones. Más que una noticia interesante para el mundo 
        fue la mejor noticia que en cada paso comunicó a Dios como misericordia 
        y vida.
 Su presencia, sus limitaciones físicas, su deterioro jamás 
        lo oculto, todo lo contrario, de ahí supo levantarse para decirnos 
        que “no había que tener miedo” Esta verdad la sumió 
        porque creía en la oferta de la resurrección que Dios siempre 
        entrega y no defrauda.
 Al verlo en el catafalco fúnebre nos produce una sensación 
        diferente y hasta muy dolorosa, pero nos debe saltar el recuerdo del Papa 
        que se acercó a todos tal como era y sirvió a todos por 
        igual. Claro tenía en su corazón a Cristo que lavando los 
        pies a sus discípulos les enseñaba el mejor mandato de su 
        amor.
 Pero este trotamundo y gran atleta de Dios impactaba y hacía que 
        quedáramos en silencio por su, exquisito, ser sacerdotal que a 
        cada instante nos mostraba. Y al mostrarlo nos lo hacía descubrir 
        en esa llamada majestuosa de Dios para el servicio desinteresado y amoroso. 
        Desde ahí pudo abogar por los pobres, los oprimidos. Atacando con 
        dureza la indiferencia y el despotismo. Para que con claridad y visión 
        de Dios favorezca el respeto a la dignidad humana. Ese hombre de Dios 
        y sacerdote supo consagrar en cada eucaristía la presencia real 
        de Dios para vivirla y comulgarla en la unidad y la solidaridad.
 Papa 
        Amigo al hacer oración por tu descanso eterno, doy gracias a Dios 
        por tan hermoso regalo. Morir así es haber vivido por siempre.Estamos contigo, no te olvidamos,
 pues los hombres grandes sufren
 pero llegan al cielo.
 TODOS A ORAR POR EL NUEVO PAPA
 “Eres roca y sobre ti edificaré mi Iglesia”
 (Cristo le dijo a Pedro)
  Los 
        Cardenales menores de 80 años, 115 y dos desde sus lechos de enfermedad, 
        se preparan para un cónclave, que significa a puertas cerradas, 
        bajo llave. Todos sentados para que a la hora indicada y con la protección 
        de Dios en el Espíritu Santo, uno de ellos con expresión 
        fuerte diga: “Extra omnes” que significa “fuera todo” 
        y ellos, en completa soledad, puedan decidir.Para muchos lectores, esto es misterio, demasiado silencio, fuerte decisión 
        o un ponerse de acuerdo. De todo un poco, pero de lo que si estoy, muy 
        seguro, es que es un momento de gracia delante de Dios. Pues de ellos 
        saldrá el Sumo Pontífice. El Santo Padre que llevará 
        en su vida la conducción de la Iglesia. Tendrá que remar 
        con alegría alegre y fuerza para llevar a buen puerto la barca 
        donde todos formamos una gran familia.
 Juan Pablo II pudo escribir, con solemnidad y tranquilidad, las normas 
        referentes a esta elección. Para 1996 publicó la Constitución 
        apostólica “Universi Dominici Gregis donde está todo 
        lo referente a la vacante y elección del romano pontífice.
 Los Cardenales “encerrados” y todo fuera, es decir sin comunicación 
        a lo externo, deben decidir en esos días de votación y encuentro 
        con Dios que los sabrá guiar. Quiero aquí insistir en la 
        soledad de cada uno de ellos. Una soledad inspirada por Dios donde la 
        oración y la conciencia, muy clara, del paso que deben dar enmarcado 
        en un momento de espiritualidad y belleza delante de Dios. Deben agradar 
        a Dios y no a los hombres. Deben decidir como hombres las cuestiones de 
        Dios. Por eso deben escuchar al Espíritu Santo y para hacerlo presente 
        hay que llamarlo y vivirlo. Recordemos aquí que la oración 
        más que hablar es escuchar a Dios.
 Ellos allá y nosotros aquí, pues como pueblo de Dios debemos 
        recogernos y pedirle a Dios que los asista y les guíe rectamente 
        para el mejor bien de la Iglesia. Todos, sin excepción, debemos 
        gritarle a Dios “Ven Espíritu Santo y acompaña a cada 
        uno de los Cardenales para que su voz y decisión sean la más 
        correcta y el elegido, en profunda humildad, lleve con alegría 
        tal decisión. Nosotros tenemos un compromiso muy importante y es 
        en la oración para unirnos a ellos y pedirle a Dios la gracia, 
        que es confianza en su presencia y amor para estar con los Cardenales 
        electores.
 Se hace necesario, que cada uno de nosotros, invoque a la Santísima 
        Virgen María, que acompañó a Juan Pablo II, para 
        que también asista y al igual que en la fiesta de las bodas de 
        caná haga llenar del mejor vino la sabia decisión y con 
        la alegría de la fiesta uno de ellos pueda decir “SI”
 Es la fiesta de la decisión y de la gracia. Decisión porque 
        de esa reunión saldrá el Papa que tanto esperamos y deseamos. 
        Esperamos un Papa amigo y servicial y deseamos un Papa que siga buscando 
        la unidad y el crecimiento en la fe de todos los cristianos para poder 
        salir al encuentro de los demás hermanos que, en otras religiones, 
        también quieren lo mejor para todos. Es una gracia porque Dios 
        está presente y al estar “El que nos e equivoca” dirige 
        y augura los mejores tiempos para una Iglesia del servicio al evangelio 
        en todos y cada uno de los hombres.
 El humo, la señal que se elevará nos dará la mejor 
        noticia, mientras tanto nos tendrá en vilo y en oración. 
        No perdamos este gran momento y más que apuestas, quinielas o favoritismos 
        dejemos a Dios actuar en cada uno de los cardenales y con alborozo regocijo 
        recibamos al nuevo Papa recordando la sonrisa de Juan pablo I de los 33 
        días que nos cautivó con su sonrisa y la humilde expresión: 
        “soy el borrico que lleva en sus hombros a Dios”
  Dios, 
        fuente de gracia y bendición, a las puertas de un Cónclave,
 te rogamos su asistencia y protección
 para que la decisión sea para tu gloria y cuando escuchemos
 “Habemus Papam” Tenemos Papa,
 nuestro corazón salte de alegría y de esperanza.
 Amén.
 DESDE EL CATAFALCO PAPAL
  Todo 
        lo que nace muere y todo lo que muere es llevado a la tierra para que 
        se cumpla aquella máxima del comienzo de la Cuaresma: “Recuerda 
        que eres polvo y en polvo te convertirás” Para Juan Pablo 
        II no había excepción, tenía que pasar por la muerte. 
        Verlo allí de largo a largo, con la tez casi acerada y de color 
        pálido, de vestiduras sacerdotales rojas estremece y crea un impacto 
        muy fuerte.Pero recordemos a aquel hombre fuerte, ágil, que practicaba deporte 
        y se deja seducir por la poesía en la majestuosidad de las montañas. 
        Sacerdote venido de un país comunista y que, por gracia de Dios, 
        llega a ser Sumo Pontífice, rompiendo la tradición de largos 
        años. Ayer fuerte y rozagante; caminante y peregrino que hizo del 
        mundo su casa y logró conversar y tener contacto con personeros 
        muy contrarios a la doctrina de la Iglesia. Ayer tocado por la bala asesina 
        de un fanático alocado y débil por las enfermedades (mal 
        de parkinson), caídas, y el peso de los años. Ayer desde 
        el hospital Gemelli con el dolor de quien soporta una traqueotomía 
        y casi a los 85 años, mostraba a todos ese sufrimiento que desgarra 
        como la sierra ante el alto y frondoso árbol que debe caer para 
        servir de otra forma. Era un Papa viejo, enfermo y muy débil que 
        bendecía con mucho esfuerzo y demasiado amor a la gente. A esa 
        gente que le hacía vibrar de esperanza en cada una de sus visitas, 
        encuentros y palabras.
 Ese catafalco que produce una sensación dura nos enseña. 
        Primero, que la muerte es para todos y no para algunos. Segundo, que esa 
        muerte, por muy dura que sea, nos hace experimentar que estamos por este 
        mundo de paso y que al llegar se lleva todo. Tercero, poder mirarla desde 
        la Palabra de Dios. Es ya inminente el tiempo de mi partida (2 Timoteo 
        4,6) Llega el fin, es el fin (Ezequiel 7,2) Es aquí donde debo 
        preguntarme y hacer que ustedes se pregunten: ¿Quién soy? 
        ¿Qué queda de mí? ¿Adónde voy? Eses 
        catafalco me dice que llega la hora sin olvidar lo hermoso de la vida. 
        Es la vida que tiene su sentido al ser cada uno rescatado por la acción 
        amorosa de Cristo.
 Esa muerte, tan sentida por todos, nos enseña que algún 
        día también nos tocará enfrentarla. Además 
        que la vida es caduca y pensar en la muerte es pensar en la vida sin pesimismos, 
        sino de una vida que se encuentra con Dios en su infinito amor. Entonces, 
        esa muerte es un paso para alcanzar la eternidad y así poder ver 
        a Dios.
 El dolor, el sufrimiento y la muerte forman parte de la vida humana, pues 
        desde que nacemos lo hacemos con dolor. Nadie es ajeno al dolor, mucho 
        menos a la muerte. Ese dolor y muerte no son obstáculos para la 
        vida, sino dimensiones. Negarlos es perderse de la realidad. Aunque debo 
        decir que todos, por instinto, huimos del dolor y de todo lo que traiga 
        sufrimiento, pero esto no le permite suprimir la vida para que no sufra. 
        (Eutanasia) Puedo, entonces, aprovechar esta oportunidad para afirmar 
        que el dolor, el sufrimiento e incluso la muerte tienen un valor positivo, 
        pues nos ayudan a comprender nuestra propia naturaleza. Es la persona 
        que sufre y acepta ese sufrimiento quien se hace más humano y puede 
        ayudar a los que sufren más o empiezan a sufrir. Además, 
        que aunque no se pueda evitar el dolor, el sufrimiento y la muerte, todos 
        aspiramos la felicidad y esa felicidad tendrá su plena vigencia 
        si cada dolor lo vemos como equipaje, tiquete del paso por esta vida. 
        Esto no impide que busquemos la mejor forma de mitigarlo. Hacerlo es positivo 
        y necesario.
 Tenerles miedo es natural. Pero esto no indica paralizarse e incluso culpar 
        a Dios frente al dolor, sufrimiento y la muerte. El Papa Juan Pablo II 
        sufrió y por la televisión se le notó desde la ventana 
        del hospital que hizo un gran esfuerzo para bendecir a los peregrinos. 
        Sufrir, es entonces, vivir la enfermedad, la soledad, la incomprensión, 
        la falta de afecto como realidades que se superan con la fuerza de Dios 
        y la fe en que eso pasará y al pasar obtendremos más valor 
        para continuar. Al vivirlos hay que asumirlos con plena libertad y amor. 
        Desde esa postura serán aceptados con claridad y no simple resignación 
        que va contra todo lo cristiano.
 La muerte, que hoy nos ocupa, la de Juan Pablo II, es una muerte digna, 
        que nada tiene que ver con la ausencia de tribulaciones, todo lo contrario, 
        es grande y asumida con el ánimo de quien la padece. Juan Pablo 
        II la aceptó, la comprendió, la luchó y la combatió. 
        Por eso morir no puede ser el final, sino que es la prolongación 
        de un amor que busca el amor mayor.
 Quitarla 
        no es posible. Buscarla no sirve. Despreciarla nos deshumaniza.
 Vivirla es la mejor forma de ganar tiempo y comprenderla.
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