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Padre Marcelo Rivas Sánchez

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 NO A LA TRAMPA

Cuando niños nos encantaba jugar el fútbol, pero no teníamos pelota y un vecino la traía y jugábamos a todo pie. Una tarde mi hermano mayor, de reojo, observó como el vecino, dueño del balón, hacía más pequeña su portería, arrimando más las dos piedras que hacían de arco. Al reclamarle, no solamente se molestó, sino que se llevó la pelota y nos quedamos con las ganas de jugar.

Este recuerdo me sirve para hacer una reflexión seria frente a situaciones de engaño y mentiras entre nosotros. Me refiero a la trampa como forma de mentir y enredar el desenvolvimiento de la s relaciones naturales de convivencia. El Papa Juan Pablo II en el mensaje Mundial a favor de la Paz en 1980 decía: “La verdad, fuerza de la paz” y todos debemos recordar y vivir el octavo mandamiento: “No decir falsos testimonios, ni mentir”

¿A mi hermano le reclamé el por qué le había enrostrado al vecino esa falta si la pelota era de él? Con tranquilidad me respondió: Es que estaba haciendo trampa y así no se podía seguir jugando. Podía haber callado por complacencia para con el dueño de la pelota, pero la verdad y actuar conforme a ella es parte indispensable de la sinceridad. De seguro, era fácil proseguir en silencio por el interés de jugar, pero continuar así era sepultar la verdad y ser esclavo de los siguientes caprichos o arbitrariedades. Es necesario no sólo decir la verdad, sino tener una actitud sincera. Somos muchos los que juzgamos muy duro y en esa dureza caemos en la fuerza de la crítica destructiva; cuando aparentamos lo que no somos y presentamos doble cara; cuando una respuesta o situación nos hace descubrir a la persona tal como es y sentimos una desilusión. Por eso insisto es muy necesario vivir en la verdad. En estos momentos es imprescindible fomentar y decidirnos por la verdad porque jugar así no vale la pena, además, se pierde la emoción de la lucha y ese calor que da la buena sensación del triunfo.

Toda trampa deja sabor a engaño que esconde la verdad.

Toda trampa es el barro que ensucia y mancha a los demás.

Toda trampa oculta la verdad y favorece la mentira.

Toda trampa desprecia amistad para preferir la complacencia traicionera.

Abraham Lincoln solía decir: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo” Ese No a la trampa es una constante en los estafadores que brillan por segundos y muy pronto la máscara se les cae y todo queda al descubierto. Por eso la sinceridad requiere de valor, de fortaleza… Cabe aquí referir al amigo que golpea a su esposa, se roba los implementos de trabajo en la oficina, llega tarde y hay un momento en que nos cansamos de ser cómplices y al reclamarle pasamos a ser los malos. Ahí está la fuerza de la verdad y se reconoce que callar es más vergonzoso que alimentar la mentira. Entre nosotros, hoy, se agrava la situación cuando descubrimos formas muy vergonzosas como intimidación, chantaje, utilización de recursos públicos, la persecución…

Yo me quedé, aquella tarde, sin terminar aquel juego de fútbol, pero me traje para la historia un actitud positiva frente a la verdad. Eso se llama dignidad que implica palabras y acciones.

No a la trampa para ser sinceros.

No a la trampa para superar el engaño que nos hace infelices.

No a la trampa para no creerse lo mejor y ser lo peor.

No a la trampa para poder admirar la honradez.

No a la trampa para no sentir decepción de los demás.

No a la trampa para entender que ninguna mentira puede esconder la falta.

No a la trampa para que no te juzguen como un eterno mentiroso.

No a la trampa para superar la mentira.

No a la trampa para que no tengas que inventar más mentiras para sostener la mentira.

No a la trampa para no ser hijos del demonio.

No a la trampa para ser planta y dar flores y frutos o por lo menos sombra.

 

Mentir es manifestar,
primero, que se desprecia a Dios,
y después,
que se teme al hombre.
(Autor desconocido)

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