Desde muy temprana edad, con la triste historia del soldadito de plomo,
uno sabe de la infortunada vida que lleva quien toma el camino de las
armas.
La canción de Mambrú, el que se fue a la guerra, nos habla
del dolor y la pena que produce el no saber cuándo vendrá,
y otra de la valentía del soldadito español. También
hay algunas historias de grandezas, como la que refiere aquella inscripción
que -cuentan los que han ido- se encuentra en el paso de las Termópilas
y que dice: "extranjero que pasas: di a Esparta que aquí yacemos
por obedecer sus leyes", cosa que en efecto hicieron los guerreros
espartanos, y ninguno era trisoleado.
De niño solía jugar con soldados, armaba batallones y conquistaba
colinas. Conforme fui creciendo, se me hizo cada vez más incomprensible
ese oficio que siempre nos ha sido vendido como el más excelso
modo de servir a la patria. Me parece que la obediencia ciega está
reñida con el pensamiento y la libertad indispensable para el ejercicio
de la ética, y eso de que la profesión de uno tenga que
ver, en última instancia, con quitarle la vida otros, no termina
de convencerme. Soy, pues, lo que llaman un objetor de conciencia: No
me agradan las armas, ni creo que nadie tiene derecho a arrebatarle la
vida a otro, a meterle 300 perdigones en el cuerpo, ni a arrastrarle por
los cabellos por las calles de la ciudad.
Chaplin, en el memorable discurso final de El Gran Dictador, dijo: "¡Soldados!
¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que
os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer,
lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que os obligan a hacer
la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan
como ganado y que los utilizan como carne de cañón. ¡No
os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres máquinas
con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois
máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad
en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos
que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!
!Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud, luchad por la libertad!..."
En esta Venezuela de cada vez mayor esclavitud y servilismo, tomar el
camino de las armas contempla, adicionalmente, el riesgo de que tus superiores
te asesinen: soldados con "quemaduras leves" pierden la vida,
sin que nadie investigue ni explique. Un muchacho que no sabe nadar muere
mientras realiza "prácticas de natación" en un
estanque de aguas putrefactas.
Otro muere en extrañas circunstancias, sin que nadie sea investigado
por ello, sin que ninguna institución del Estado se dé por
aludida.
Lo que sucede con los soldados da cuenta de la crueldad de nuestros cuarteleros,
que tampoco es nueva, y debería ser un toque de diana para aquellos
que todavía ven en la intervención de la Fuerza Armada la
salida a la grave crisis por la que atraviesa el país, sin caer
en cuenta de que es más bien su excesivo protagonismo en esta coyuntura,
uno de nuestros grandes males.
No sé si es por toda la tragedia de ver a estos soldados pobres,
pueblo en armas que llaman, miserablemente asesinados, que me ha estado
rondando en estos días una frase de esas que permanecen siempre
vigilantes en las garitas del alma, para que ésta nunca se duerma
cuando tiene que hacer guardia, y que no recuerdo a quién escuché:
"Dichosa la madre costarricense, porque cuando trae a un hijo al
mundo tiene la certeza de que nunca será soldado" |